Los alarmistas andan con el palabreo a cuestas que se pueden coger a sombrerazos y NO solamente (así en mayúscula) por la agobiante situación económica, que, claro está, desata los mil y un comentarios de buena fe, mal intencionados y hasta rozando con la locura. En fin, nada de otra galaxia.
En las buenas y en las malas han existido esos personajes, pero con diferencias kilométricas, empezando por esos que aun teniendo todo lo necesario, y más, muestran un terror perenne por su creencia innata en que todos los quieren perjudicar, incluso desde el más allá.
Lógicamente, estos necesitan un tratamiento para evitar ir a parar al siquiátrico, y la gente trata de esquivar su descarga repetitiva del sinfín de desgracias que los acechan y describen con un verbo endemoniado.
El otro tipo de alarmista resulta un personaje truculento, socarrón, que rueda y rueda su palabreo con la intención afincada en demeritar hasta lo evidente, o vaticinar y difundir a todo tren sucesos desastrosos.
Se esmeran en amplificar, y hasta en adornar con agregados, para hacer el suceso real o inventado lo más macabro posible. ¡Solavaya!
Son buenos propagadores de engañifas en esta vida terrenal, en la que pujan paralelas verdad y mentira. ¿Quién iba a imaginar ese absurdo, impuesto como norma por los poderosos con el fin de saciar sus intereses a como sea?
Ahora mismo, el tema recurrente de los alarmistas es la violencia social que, desgraciadamente, tiene copado el mundo. Pero ¡uf! el fuego graneado de estos señores se refiere exclusivamente a la que, según sus dardos, ocurre nada más en Cubita la bella.
Con la verdad por delante (¡sin eufemismos, que la caña está a tres trozos!) debemos decir que una precaria situación económica influye en el fomento de las indisciplinas sociales y en delitos de diversas magnitudes, incluidos los graves. Ya lo dijo el poeta: no somos una sociedad perfecta. ¡Y existen sueños que encandilan y envuelven!
Hay muchísimas personas que de buena fe se alarman ante casos de asesinatos o robos con violencia. En especial, por esa tranquilidad que distingue a nuestra sociedad y nadie quiere que se esfume.
Ahora bien, enfundándose en el pesimismo, poniendo oídos a los alarmistas y cayendo en un estado depresivo, solo podemos ir a parar al nunca jamás. No deviene una estéril frase aquel sabio refrán que en cuatro palabras alerta: al mal tiempo, buena cara. Sí, por su bien, créalo y asúmalo.