Por estos días hemos visto cómo los candidatos a diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular intercambian con la población en cada uno de los municipios donde resultaron nominados. Este proceso, alejado de la demagógica campaña electoral que suele darse en naciones mayormente mercantilizadas, se afinca en los principios de lo que conocemos como democracia participativa.
Es indispensable comprender entonces que ese diálogo entre los candidatos y el pueblo, para que sea autóctono y verdaderamente participativo, debe mantener su sinceridad. Porque no es solo que el candidato conozca su responsabilidad como futuro mediador dentro del cuerpo legislativo, sino también que cada persona, desde el barrio, entienda su rol propositivo y protagónico en nuestras decisiones a todos los niveles.
Nadie mejor que la gente que enfrenta el día a día para comprender las dificultades y carencias, y también las posibles soluciones a determinado problema o las urgentes transformaciones que demanda cada localidad. De ahí el valor de que ese vínculo diputado-pueblo resulte sólido, auténtico y sistemático.
Lejos de lo que puedan decir e interpretar convenientemente algunos, la democracia no se sustenta únicamente en ejercer el sufragio y votar por un candidato específico, aunque sea ese un acto de sumo valor para construirla. Sería simplista mirarla desde esa perspectiva, pues nada resulta más relevante que la edificación colectiva y directa: esa que inicia con la crítica, con el planteamiento social a nuestros delegados y representantes en el Parlamento, y se consuma en la recepción oportuna de sus matices y la gestión para una respuesta efectiva y definitiva.
A ello debemos continuar aspirando en el decisivo camino que recorremos actualmente. Quedarnos a medias significaría perder, hasta cierto punto, un paso valioso dentro del socialismo, que además tiene mucho en común con la identificación popular y la credibilidad de sus representantes.
Porque la democracia participativa es inclusiva por naturaleza y se aleja de la frívola, refinada y casi siempre elitista democracia representativa que llevan como sello las sociedades capitalistas.
En Cuba se combina la participación con la representatividad. Por ejemplo, según el artículo 21 de la Ley Electoral se elegirá un diputado por cada 30 000 habitantes o fracción mayor de 15 000; así la totalidad de los municipios tendrán como mínimo dos diputados, y estaremos de una forma u otra representados por personas que conviven cerca nuestro, algo que hace de nuestro proceso un caso autóctono de referencia internacional.
En el contexto en que vivimos, el mayor reto para los candidatos a diputados por los que votaremos en las elecciones nacionales del próximo 26 de marzo, es no ejercer ese vínculo con el pueblo solo por etapas, sino de manera permanente; y en ese ciclo de diálogos y acciones, las rendiciones de cuentas serán un espacio idóneo, siempre perfectible: un momento en el que cada cubano puede sentir que aporta y se le escucha en esa ruta soberana de nuestra democracia.