Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un beso a Camilo

Autor:

Osviel Castro Medel

DE niño, siempre quise que mi flor cayera al río. Sufría cuando, asomado al puente de Cautillo Merendero, lanzaba mi ofrenda a Camilo y esta se quedaba en el barranco, en plena yerba, o en la orilla misma. Alguna vez hasta lloré casi sin consuelo.

No podía soportar que, habiendo desnudado desde la noche anterior la planta de rosas del modesto jardín de mi madre, finalmente los pétalos se quedaran sin ser llevados por la corriente. Por suerte, sucedió poco en siete años, si sumo la primaria y el prescolar.

Claro, cuando la flor caía al agua y el afluente la llevaba hasta perderla de vista, mis ojos se encendían con una alegría incomparable, como si hubiese conquistado el mundo o la más grande estrella.

Qué hermosura era aquella cada 28 de octubre. Resultaba una fiesta que atravesaba el cuerpo y la mente y la inocencia. Íbamos a ambos lados de la Carretera Central, formando otros ríos, blancos-ojos, que desembocaban en la tarja colocada a Emiliano Reyes, el mártir mal llamado «local», que designaba el nombre de la escuela donde aprendí a escribir «amor», «verso» y «patria».

Después, en el puente alto, nacía la competencia por ver cuál flor volaba más lejos y entraba como «puntera» al río, con la cándida presunción de que esa atravesaría primero el mar, el sitio donde nos contaban yacía ese señor especial, de sonrisa limpia, barba larga y ojos cristalinos.

El idealismo de la niñez, borrado ya por el paso del reloj, nos llevó a entender que aquellas flores de octubre de seguro no fueron acariciadas por las olas; pero, por madurez, entendimos mejor el significado de lanzar un jazmín o una amapola a cualquier fuente de agua, incluso a las que no corren.

Ese pétalo soltado en cada octubre es como un beso; es como tocarle el sombrero con la mano y repetir con Camilo los versos hondos de Bonifacio Byrne, alzando la bandera. Ese botón dejado caer al agua es un abrazo al que tenía de león y paloma, como decían ciertas estrofas; es la reverencia silenciosa a quien, desafiando cien o más fuegos, se hizo garganta y vena de un pueblo todo.

Muchas veces he pensado que esas flores representan uno de los más hermosos homenajes en la tierra a un héroe, al mismo que entraba en un bohío y se sentaba en un fogón como seña única para que le prepararan una comida, al que llegó a Comandante por sus hazañas testiculares e irrepetibles, al que zarandeó un país completo, primero con la noticia del accidente aéreo y luego con falsos rumores de su aparición, los que llenaron a Cuba de objetos en sus calles, de la estridencia de los cláxones y un bullicio colectivo.

Muchas veces, viajando a la infancia y a los regocijos de aquel puente, he concluido que junto a la flor depositada en cada octubre, debemos hacer que crezcan otros jardines espirituales en nuestras vidas: el de no creernos cosas más allá de títulos y nombres, el de abrazar a los que tienen menos, el de la lealtad a toda hora (incluso hasta en la pelota), el de amar a un país desde las verdades, el de querer parecernos de verdad y cada día a Camilo.

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