No es precisamente en «Facilitonia», el paraíso de las cosas fáciles, creación imaginativa del narrador español Pedro Pablo Sacristán, donde se hacen y existen las revoluciones.
No se levantan los pueblos contra la opresión y la ignominia, y las mantienen a distancia prudente, desde una gran «cámara» donde todos pueden dormir plácidamente, sin el espoleo incesante, no pocas veces aguijoneante y perverso, de las preocupaciones y las dificultades.
El líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, lo precisó con honestidad, como primer deber del revolucionario, en uno de los días más triunfales de nuestra historia. Lo hizo el 8 de enero de 1959 cuando la Caravana de la Libertad concluyó su entrada victoriosa a La Habana: No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizá en lo adelante todo sea más difícil…
Por esas conexiones milagrosas de la mente, algunos pronunciamientos de las sesiones recientes de la Asamblea Nacional del Poder Popular —sobre todo, la recurrencia a la palabra «riesgo» en varios de los anuncios y discursos—, retraían a la escena vibrante de Ciudad Libertad.
Si bien lo fue desde siempre, desde que una voluntad general de cambio conmocionó algún punto planetario, es exactamente el del «riesgo» el reino verdadero de las revoluciones, mucho más hoy, en un mundo tan injusto, como desequilibrado, enigmático y complejo.
Quizá el punto de fusión máximo de una revolución ocurre cuando la rebeldía, la inteligencia y el arresto superan a la prudencia.
Sin ese punto social de ebullición no hubiéramos tenido un 10 de Octubre en la historia cubana, ni un 24 de Febrero. Tampoco una decorosa generación martiana, ávida de moralidad y de justicia, hubiese considerado asaltables los muros de fortalezas batistianas el 26 de Julio de 1953.
Fue precisamente Raúl Castro, entre los principales líderes de aquella generación, quien, al referirse a las cosechas históricas de la epopeya, destaca el surgimiento de una nueva dirección y de una nueva organización que repudiaba el «quietismo» y el reformismo.
El «quietismo» no es santo predilecto del reino de la revolución, sino de la involución. Detenerse es estancarse, y lo que resulta peor, retroceder. No por mera casualidad, Fidel, el Comandante en Jefe de los inquietos de este mundo, comenzó su concepto de Revolución definiéndola como sentido del momento histórico: cambiar todo lo que debe ser cambiado…
En la Cuba sometida no solo al bloqueo económico, sino a una guerra mezquina e implacable, como describió el intelectual Miguel Barnet en el reciente Consejo Nacional de la Uneac, solo podrían sentirse plácidos o tranquilos los acomodados que nunca faltan, o los oportunistas que a río revuelto aprendieron a «pescar» en las aguas turbias de la escasez.
Las más de 70 medidas anunciadas por el vice primer ministro y titular de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, son un imperativo de los tiempos, que deben afrontarse con decisión y valentía, porque lo inadmisible sería la parálisis.
Esto último es a lo que aspiran los enemigos jurados del socialismo cubano, descolocados entusiastas de una repetición en Cuba del efecto Sri Lanka. Lo admiten incluso con desvergüenza en las redes del odio y la manipulación en que convirtieron las llamadas plataformas sociales en red. Como amanuenses del imperio se sentirían felices de ver a su Patria, primero quebrada, y luego diluida en la más aviesa sumisión.
De ahí la trascendencia, no solo de las medidas en sí mismas, sino además de los fundamentos que las acompañaron, entre estos, los del Presidente Miguel
Díaz-Canel Bermúdez. El Primer Secretario del Partido reconoció en la economía el desafío principal, a enfrentar con medidas audaces, ajustadas a nuestro modelo económico y social, y sin dejarnos paralizar por los riesgos.
Estos últimos son más visibles en la medida que se acrecienta la relación con actores económicos externos, o la interrelación entre diversas formas de propiedad, se acentúa la diferenciación social o se difuminan los crecientes contornos de la corrupción, por mencionar solo algunos peligros. Lo anterior es atenuable, por ejemplo, con eficaces controles, incluyendo especialmente el popular, y la atención diferenciada y sensible a los sectores, familias y personas socialmente más vulnerables.
Como subrayó Díaz-Canel, el país que quieren detener no lo está, ni lo estará. A los problemas, las carencias y dificultades muy severas que se acumulan urge encararlas revolucionando la Revolución.
Nos lo debemos, de verdad, en la antesala de este sensible 26 de julio. En rebelión ahora contra todo lo que entorpezca el bienestar, tan merecido como esperado, de los cubanos. Ese que nunca, desde luego, alcanzaríamos desde el reino de «facilitonia».