Efecto-reacción… ¡Qué clase de palabras! Habrá otras que al desmenuzarlas reflejen de similar manera tantísimos trances de la vida, pero este dúo pone a prueba la perspicacia, agilidad, resolución y el tener mucha confianza.
¿Filosofía barata? Quizá, si no fuera porque esas cuatro cualidades han originado hechos históricos y científicos universales, más pequeñas bravuras ante las cuales el mismo Hércules se quitaría aturdido el sombrero.
El efecto-reacción posee infinidad de costados, sin descontar los causantes de daños en primerísimo lugar, cuando se utilizan con fines políticos y económicos para imponer sistemas sociales o buscar ventajas contables oportunistas más allá del raciocinio. ¡Si lo sabremos nosotros!
Tampoco podemos desechar —estarían inconclusas estas líneas— su efecto perjudicial por negligencias burocráticas o decisiones administrativas a destiempo o desafortunadas. Lo sabemos.
Muchísimas veces vivimos —estamos viviendo— trances dificilísimos y hemos salido adelante a pesar de amarguras y vivencias inolvidables que semejan, si cabe, lo real maravilloso.
Vale enaltecer las virtudes de esa peculiaridad de reaccionar de inmediato para enfrentar la adversidad, impuesta o no. Un talento, que tantísima falta hace, de quienes poseen la infalibilidad de asumir el reto que sea, incluso a riesgo de su propia vida. ¡Qué decoro tan envidiable!
Se pueden esgrimir un montón de ejemplos, pero prefiero cerrar con un hecho en el que la conjugación de la audacia, el coraje y la rapidez devienen mazazo capaz de conmover hasta una estatua.
El juego de dominó estaba en pleno apogeo cuando llegó el grito estremecedor y desesperado de una madre: «¡Corran, corran, por Dios, se cayó el niño en el pozo!».
No se había apagado su eco cuando uno de los jugadores salió disparado y miró hacia abajo. La claridad que se filtraba le permitió ver el fondo, y se tiró.
Pasmados quedaron sus amigos. Pensaron que se había matado, que se había vuelto loco al actuar con insensatez…
Pero las conjeturas se extinguieron con otro grito inmenso y alegre desde el fondo: «¡Lo tengo agarrado! ¡Está bien!». Y aquello fue la apoteosis.
Había mostrado con una acción riesgosísima el efecto-reacción con ese coraje que nos distingue a la hora de los mameyes.