Mientras los mazos judiciales caen en Cuba, dejando el retumbar triste de un proceso del que nunca quisimos ser testigos quienes amamos esta tierra, los culpables intelectuales y financistas de este trance legal y moral no paran su golpeteo de venganza y de odio.
Frustrados por no alcanzar los fines que esperaban tras azuzar, en numerosos hijos del país, la fiera dormida que los humanos llevamos dentro, ahora provocan la de sus padres y familiares. Buscan soliviantar grupos y templos diversos, acosan a jueces y fiscales junto a sus seres cercanos, y esparcen, sin miramientos o remilgos, la estafa de un país sometido a una dictadura brutal y caprichosa, con la ley plegada a su servicio.
La instigación incesante que comenzó antes del 11 de julio de 2021 no para. Más bien se ceba en las agudas y numerosas heridas que dejan la crisis de la COVID-19, el bloqueo inmisericorde con las más de doscientas adiciones trumpistas seguidas por Biden, junto a los desajustes de un modelo socialista en fase de recomposición estructural.
Para sus planes de dinamitar el país no hay mejor espectáculo que el del resentimiento y el rencor, en el mundo real y el virtual. Su laboratorizada y muy bien financiada maquinaria produce, como croquetas industriales, los incidentes y las piezas con los cuales deshacer la mística de la Revolución Cubana.
No se perdona nada que contribuya a darle aire a la economía y la vida, al rearme de la utopía que tanto significó para millones en este mundo lastimado de egoísmos y desesperanza, desde boicotear el envío de remesas o transferencias bancarias, hasta una bienal internacional de las artes o un festival de la música como el de San Remo, anunciado para La Habana.
El país cuyos programas públicos para los niños y los adolescentes es reconocido como referente internacional, que incluso debate en amplios foros populares un código de las familias que los dotará de otros singulares derechos, sobre todo para una nación en desarrollo y sometida a un vendaval de sanciones, se presenta como un gulag abusivo y siniestro que los procesa y encarcela sin contemplaciones.
Se pretende ocultar así el tratamiento diferenciado que las leyes nacionales conceden a quienes se encuentran en esas edades, no solo desde el punto de vista penal, sino además en las cárceles, en caso de ser condenados, algo que se evita al máximo.
Los empleados de las mencionadas maquilas ideológico-comunicacionales yanquis, asentadas sobre todo en la Florida, se empeñan en esconder, además, que los «juicios» de los hechos del 11 de julio de 2021 ya tuvieron lugar. Ocurrieron pocas horas después de los sucesos, cuando el liderazgo de la Revolución no solo reconoció, con transparencia y honestidad, razones genuinas
para el descontento social en muchos de los manifestantes, sino que comenzó las rectificaciones pertinentes. Las pruebas de esa ofensiva de sanación son perfectamente verificables en numerosas comunidades del país con desventaja social.
La sola diferencia entre el número de participantes en las manifestaciones y los sometidos a los tribunales da testimonio de que no existe una politización de los procesos penales en curso, en los que son juzgados quienes cometieron delitos adecuadamente tipificados, algunos de los cuales nos dejaron profundamente conmovidos por el tipo de participantes, los lugares escogidos, su virulencia e irracionalidad.
Nadie con un mínimo de conocimiento del derecho podría negar a Cuba la legitimidad de su respuesta penal ante los más graves acontecimientos de aquella fecha. Ningún sistema legal del mundo dejaría impune el intento de fracturar con violencia el orden institucional del país, provocar el caos, el desorden y hasta el crimen bajo instigación extranjera, en este caso de una potencia tan grande y abusadora como Estados Unidos.
No olvidemos que, embriagados por los incidentes que azuzaron el 11 de julio, pretendieron repetir la receta el 15 de noviembre pasado. Intento fallido en el que se involucraron más de un centenar de funcionarios de la actual administración norteamericana.
Es evidente, además, la componenda
entre las élites de poder de Estados Unidos y los plattistas del siglo XXI, especialmente la bien retribuida fanaticada trumpista miamense, que comienza a tener extensiones en otros países y aspira a reelegir al innombrable, para lo cual remueven el piso al ambivalente Joe. Quien dude de lo anterior puede darse una vuelta este fin de semana por las pasarelas de la octava conferencia anual de la Florida.
Para la mayoría de los cubanos, ansiosos de la idea del bien de José Martí y de la pasión por la Patria triunfante por la que cayó en Dos Ríos, siempre será doloroso la existencia todavía entre nosotros, camino a los 170 años de su natalicio, de los que, como los viejos anexionistas, no ven más que ineptitud de Cuba para su propia redención.
La justicia revolucionaria en Cuba no está diseñada, por herencia y esencia, para el escarnio o la desproporción deshumanizante. Solo un modelo judicial humanista, más presto al rescate o la salvación que al castigo, puede dar sentido a la voluntad recogida en la Constitución de un Estado socialista de derecho. ¿Acaso se le daría semejante preeminencia a algo que se pretende violentar?
Por ello no olvidemos nunca que los procesos por los que Cuba se vio envuelta en los hechos del 11 de julio no terminan con la sentencia de los jueces. No sería posible hacerlo si llevamos dentro la fuerza amorosa, espiritual y patriótica de José Martí.