Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De «una probadita» a un futuro al revés

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Bebidas alcohólicas y, en ocasiones, mezclarlas con ciertos medicamentos; cigarro o tabaco, marihuana y «si algún amigo me salva, un polvito fuerte»… Por lo general, esas son las drogas a las que pueden acceder, con mayor facilidad, adolescentes y jóvenes que, erróneamente, creen que consumirlas les permite «encajar» mejor en el grupo, enajenarse del mundo o sentirse más libre.

Llevo años siguiendo el tema, leyendo, escuchando a especialistas, entrevistando incluso a muchachos que desean «regresar atrás, cambiar lo que viví y no caer en este bache», compartiendo las lágrimas de madres que han hecho lo indecible por ayudar a sus hijos y viendo la tristeza de un padre que no duerme tranquilo ni una noche desde que su hijo recayó meses atrás. Confieso que no hallo la razón para desperdiciar tanto la vida.

Sin embargo, para mi sorpresa, al conversar con un grupo de estudiantes de secundaria y preuniversitario recientemente, veo en ellos ¿la ingenuidad? de atreverse a probar algo que, aseguran, no será más fuerte que ellos. Como si el mecanismo de las sustancias sicoactivas hubiera cambiado…

Lo novedoso, además, fue encontrar a un muchacho que surte a su grupo de amigos de «algo inofensivo, que se usa allá afuera y es más barato». Y de repente, como suceso extraordinario, vapea delante de mí. Pido atención a quienes me leen porque inhalar el vapor creado por un cigarrillo electrónico no es inocuo, como no lo es ninguna droga.

Este tipo de cigarrillos —que también genera adicción— funciona con pilas y poseen cartuchos llenos de un líquido que contiene nicotina, saborizantes y sustancias químicas. El líquido se calienta y se convierte en un vapor, y la nicotina se introduce en el cuerpo, lógicamente, y afecta la memoria, la concentración, el aprendizaje, el autocontrol, la atención y el estado de ánimo, y aumenta el riesgo de sufrir otros tipos de adicciones en la vida adulta. Aunque no todos tienen nicotina, esas otras sustancias químicas que poseen pueden irritar y dañar los pulmones.

Lo que puede parecer «una probadita» se puede convertir en una adicción, y sabemos que la familia toda se afecta cuando uno de sus miembros padece alguna. Quienquiera que sea, y a cualquiera de las sustancias posibles de mencionar, le cambia la vida a todos.

Sucede con frecuencia en esas edades, en las que los coetáneos influyen mucho y aumenta la falsa creencia de que disfrutar la vida está ligado, precisamente, al consumo de lo que les parece «genial».

Corresponde a la familia, por supuesto, en primer lugar, sentar las bases de la confianza y la comunicación, para propiciar la reflexión fundamentada del adolescente o el joven, a fin de que pueda comprender lo que pierde de su vida cuando se piensa que la está disfrutando.

Toca también a la escuela, a los maestros, estar pendientes de lo que los alumnos conversan y hacen, porque en sus predios suelen coexistir más tiempo que en casa. Los muchachos acuden a veces al centro de estudios con la mala idea que no les permiten en sus hogares. No son pocos los casos detectados de consumo en escuelas, gracias a que los profesores estaban «con la chispa encendida».

Y corresponde a cada cual valorar si lo que se dibuja en la mente como futuro en su vida, vale la pena torcerlo o virarlo de revés por «una probadita».

 

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