«Salud, dicha y amistad. Lo demás, es bobería», dijo Yhosvany y alzó su vasito con la línea de ron que, servida con el ánimo de despedir el año, recogía de pronto sus deseos más sinceros para todos los que estábamos allí. «Sí, salud es lo que hace falta», dije yo.
Limia apresuró sus palabras: «Quiero decir algo, no tomen todavía…». Y habló de lo difícil que ha sido este 2021, de las pérdidas de amigos y familiares que hemos tenido, de las dificultades económicas que han debido superarse, y repartió optimismo, deseando también salud, amistad y, sobre todo, mucho trabajo, porque el esfuerzo se premia.
Los vasitos se alzaron, se juntaron, y aunque no sonaron (porque desechables eran) todos quisimos en cada roce multiplicar buenas vibras y los momentos en los que volvamos, juntos, a trabajar en Marcas, el programa televisivo que cuenta la historia de otra manera.
Algunos nos quedamos hablando, solo un rato, porque abrazar largo y tendido a quien se ama y se ha extrañado tanto se convirtió en prioridad. Otros no pudieron quedarse porque minutos antes la muerte de la tía de Vladimir sorprendió y enlutó sus almas, y, sin duda, planteó el dichoso cuestionamiento de lo corta que puede ser la vida y lo repentina que puede ser la llegada de la Parca…, y lo difícil que a veces nos resulta entenderlo para disfrutar cada instante de cada día.
En la noche recibí la llamada: «¿Puedes inspirarte y escribir una crónica para el último día del año?» Y en el segundo siguiente a la pregunta, —aun cuando dije que no sabía si podía ser feliz en la Redacción—, recordé la escena ya narrada y encontré, más que la inspiración, los motivos para recibir el 2022 con fuerza y alegría.
A los que estábamos allí, de orígenes y personalidades tan diversas, nos unió en primera instancia el trabajo, pero con el tiempo uno le ofrece al otro las pastillas que sabe que pueden aliviarle la alergia; otra le trae aquel arroz para «estirar» el mes y aquella malcría a alguno a la hora de servirle el almuerzo. Estamos al tanto del ingreso de un familiar, el regreso de un viaje, el premio otorgado, el cumpleaños a celebrar, la salud de una madre, la boda de un hijo…
Así se van tejiendo los afectos. No pueden encontrarse al darle la vuelta a la manzana con una maleta, o lanzando agua hacia la calle, o quemando un muñeco viejo, o vistiendo una ropa nueva, o comiendo opíparamente yuca con mojo y carne de cerdo —al precio que haya aparecido—. Nada tengo en contra de las tradiciones de fin de año, pero sí quiero subrayar que, en ocasiones, concentrándonos en ellas olvidamos lo importante.
Ha sido el 2021 un año difícil, igual o más que el 2020, pero con suerte y voluntad, el 2022 será mejor. A mí me gustaría que, además de salud, dicha y amistad, nos sobraran las ganas para construir afectos.
No se requieren materiales, de los escasos y de altos precios. Basta tener esas ganas para preocuparnos por el otro, para cuidar a los demás, para autocriticarnos y mejorar nuestro comportamiento, para diseñar una vacuna que salve, para no manipular la pesa en el mercado, para visitar a un amigo, para perdonar a alguien, para leerle un cuento al niño, para regar una planta, para adoptar un perro callejero, para confesar una culpa, para chapear un jardín, para ceder un asiento en la guagua, para no revender un medicamento, para tender una mano desinteresadamente, para tomar decisiones, para fundar una familia nueva…
Si tenemos esas ganas de construir afectos, lo que puede parecernos un radio de acción pequeño, tomará grandes dimensiones si cada uno lo hace. Hoy es el último día de un año y puede ser el primero de una vida mejor para todos.