A paso galopante, como los bandidos de Alí Babá y sin pedirle mucho al Genio de la Lámpara, la inflación se vuelve una especie de constante malévola en la vida nacional. Basta con escuchar las vivencias de amistades o darse una vueltecita por alguna tarima, ya sea estatal o privada, para enseguida descubrir el galope de esa dama para nada benevolente.
De acuerdo con reportes de prensa, en la provincia de Guantánamo a los bocaditos les salieron alas y planean airosos sobre los 30 pesos; mientras los sustos de tablillas en otras zonas del país (ni hablar de La Habana) levantan los peligros de infarto ante las aritméticas de los precios y la poca esperanza de vida de los ingresos familiares.
Tal pareciera que, para ponerle un detente a la dama inflacionaria, se debería llamar a Manuel García, aquel legendario forajido, llamado El rey de los campos de Cuba, quien robaba a los ricos para darle a los pobres, y que por la evolución de su pensamiento y deseos de justicia social llegó a ponerse al servicio de José Martí.
En las recientes sesiones del Parlamento, la inflación se reconoció como la principal desviación de la Tarea Ordenamiento, con un déficit, en el momento del informe, superior a los
60 000 millones de pesos. Esa cifra, por sí sola y sin caer en otros análisis, ratifica que los precios andan sueltos y con la gente clamando por una vacuna financiera para llamarlos a capítulo.
No hacía falta consultar a los caracoles ni asistir a una sesión de espiritismo para darse cuenta de que, con una pandemia golpeando de manera sostenida las bases económicas durante 19 meses, la oferta minorista sufriría una contracción con peligro de proyectarse sobre los precios.
Tampoco puede olvidarse que antes de la Tarea Ordenamiento (y las investigaciones económicas así lo demostraban) el país se movía en una lógica donde el costo, sobre todo en la adquisición de los productos básicos para el hogar, estaban condicionados por las tarifas en las tiendas recaudadoras de divisas, unido a la presencia de un sector de altos ingresos, cuyo nivel adquisitivo y una falta de crecimiento de la oferta impulsaban los precios a galaxias cada vez más lejanas.
Esa realidad se ha acentuado ahora, y un frondoso glosario de anécdotas y otros elementos pudieran listarse en la ilustración de este conflicto; pero junto a la consabida y necesaria pregunta de qué hacer, la actual situación viene a llamar la atención sobre la decisiva importancia que tiene la zona del consumo interno para el país.
En la Asamblea se hizo un llamado a la reacción del empresariado, y si bien es cierto que esa exhortación es válida, tampoco podría dejarse a un lado el papel de los Gobiernos locales, la debida coordinación en los ministerios (en ocasiones, no siempre feliz) y la urgencia de transformar mecanismos que entorpecen la gestión del comercio minorista.
Dentro de tantas interrogantes cabe preguntarse: ¿Podrán bajarse los precios con los niveles impositivos existentes en determinados establecimientos, los cuales provocan el destape de los precios en el mostrador? ¿Se pueden bajar con agilidad y en tiempo real, a tenor de la demanda y el comportamiento de los mercados, cuando ajustarlos es casi un imposible, plagado de disposiciones burocráticas? ¿Cuán engranadas y descentralizadas se encuentran las cadenas de suministro, incluso a nivel local, para garantizar una contratación efectiva y una presencia estable en las tarimas?
No deja de ser una especie de analogía, pero en la actual coyuntura Manuel García vendría al rescate, no solo de la mano de las exhortaciones y
reuniones con llamados a la conciencia, sino también con la implementación ágil y bien coordinada de los actores locales y sus mecanismos económicos y empresariales.
Miren el sistema empresarial de la biotecnología cubana en tiempos de la COVID-19, y encontrarán algunas respuestas para poner freno a la carrera de caballos de la señora inflación.