Los políticos y las políticas cubanas son mucho más que esa caricatura de enclaustramiento, ortodoxia y atrincheramiento que los promotores internos y externos del cambio de régimen y sus voceros trasnacionales venden a los cuatro vientos.
Bastaría para comprobarlo mirar la polvareda que comienza a levantarse sobre la propuesta del nuevo Código de las familias. La disposición está sometida ahora mismo a opinión de especialistas y con un curso aprobatorio ciudadano e institucional bastante complejo.
El repaso de fondo de dicho anteproyecto descubre cuánto busca despojarse este país de añejos atavíos, ya ni siquiera políticos o ideológicos, sino esencialmente de realización, protección y libertad humanas, en un ámbito tan nuclear y definitorio como la familia; tratando saltar sobre el pasado para mirar al futuro.
Es que, asentado sobre enormes dimensiones espirituales, el socialismo verdadero, el cambio del hombre por el amor y la fe, el hombre y la sociedad nuevas como podría definirse a partir de la concepción del Che Guevara, solo podrá vencer frente a sus oponentes ideológicos sobre una eterna refundación de sus utopías, en contraste irreconciliable con el pragmatismo rudimentario, el utilitarismo y el individualismo que la modernidad siembra a diestra y siniestra, en franco desafío a los más hermosos valores humanistas de la civilización.
Para caminar, para que nada corte las alas a los ángeles que resguardan la auténtica fe —esa que se escabulle entre tantas emergencias y cercos cotidianos—, ni entorpezca el vuelo hacia ese horizonte siempre corriéndose del que habló Eduardo Galeano, el socialismo cubano intenta aplicarse a la idea de que los únicos que pueden ser eternos son los ideales, y para ello no puede olvidarse que cada dogma tiene su día.
El líder de la Revolución, Fidel Castro, cuyo concepto de cambio preside las actuales transformaciones estructurales, fue muy claro al reconocer que el desmerengamiento del llamado socialismo real fue provocado por los errores en la concepción y conducción de esos modelos, entre ellos la ortodoxia y el dogmatismo, incluso en la interpretación de la espiritualidad de sus pueblos y del más profundo sentido de la naturaleza y la libertad humanas.
Esa es la razón por la que no podemos perder de vista la puja actual entre las corrientes que apuestan a la evolución del modelo socialista y las que empujan o hacen fuerza en su contra, las cuales se hacen muy visibles hasta en la superficie de los más importantes análisis públicos del país. Lo reconocía esta misma semana el Primer Ministro Manuel Marrero Cruz al lamentar que «hay una fuerza que nos mantiene atados y que no nos permite avanzar».
La referencia, realizada con respecto a las denominadas empresas «transitarias», dedicadas a la recepción y distribución de paquetería, puede aplicarse a otros ámbitos sociales y políticos, con la subsiguiente secuela de molestias y el agravamiento de sensibles problemas que funcionan a favor del bloqueo económico, la inestabilidad social, la falta de confianza institucional o la desvalorización del modelo socialista.
En el mismo encuentro para dar seguimiento a los problemas con las transitarias, el Premier orientó también derribar las causas que impiden llevar a feliz término los proyectos de inversiones del país, básicos para impulsar la prosperidad añorada.
Marrero Cruz insistió en lo ineludible de una transformación en este aspecto esencial para nuestro desarrollo, a cuyo apellido: «total», no se le dio, hasta el presente, esa connotación, a contrapelo del cambio radical en la visión política y de los renovados instrumentos jurídicos que la respaldan.
Es muy evidente, salta muy claramente del discurso político y de las numerosas decisiones que se adoptan, incluyendo las que dan forma legal e institucional a la nueva Constitución de la República, que en Cuba —como bien recalcó un importante dirigente político a propósito de otros cambios ineludibles—, «nada está escrito sobre piedra».
Pero una cosa es que nada esté escrito sobre piedras y otra muy distinta que no faltan muchas de estas interpuestas en el camino, provocándonos tremendos tropezones. El asunto está en cómo sacarlas del medio para que no rompan los tacones del cambio.