Hace algunos años era común escuchar esta frase cuando había algún convite, reunión, convocatoria laboral, movilización, evento... Se hacía más efectiva a la hora de repartir la merienda. El encargado, caja de panes en mano, te servía según la cifra que tú le dijeras, sin poner reparos. El pan podía ser con croqueta, tortilla, mortadella, jamonada, queso, frita, medallón, mantequilla, picadillo, mayonesa, hamburguesa, tomate, aceite… Y la actividad social en la que tú participabas al frente de un grupo de amigos, tu familia, gente de la cuadra, club de afiliados… podía ser una excursión a la playa, un campismo, un desfile, al trabajo voluntario, un festival… ¡cuánta diversidad, e intercambio social!
De manera casi inadvertida e inesperada (más allá de la COVID) esta frase numérica ha tomado nuevos matices, cada vez con mayor carácter individual y por ende antisocial.
Traigo el tema a colación porque hace unos días, en una cola para comprar cloro, yo era la última persona y una señora, cuya especialidad es hacer colas (no quise decir colera), llegó casi al unísono que un señor. Ella, cual relámpago, preguntó quién era el último. Yo levanté mi mano. El señor también preguntó el último y ella le respondió:
—¡Soy yo, y conmigo vienen cuatro!
Luego se vira hacia mí y me pregunta:
—¿Qué están vendiendo?
Toda esta acción en solo segundos. Me hizo recordar las películas del lejano oeste donde los pistoleros sacaban sus revólveres en milésimas de segundo y ocasionaban la muerte a cualquiera con un certero disparo.
En otra cola (dónde si no), muy organizada, por cierto, llegó una muchacha, preguntó al organizador por alguien, y sin pedir permiso a quienes esperaban, entró y a los pocos minutos salió bien servida. Algunos protestaron, mientras otros simplemente lo vieron como algo normal.
«El que tiene padrino se bautiza», sentenció alguien, justificando el acto, mientras otro decía:
—¡Ay, caballero, para qué protestan si eso siempre ha sido así! Cada cual resuelve según el socio que tenga, si tu hermano trabajara allá dentro, tú no hacías esta cola.
En otra ocasión, ya saben dónde, aún faltaban 30 minutos para la hora señalada del cierre, y el organizador de la cola recogió los carnés de identidad hasta una persona señalada y dijo:
—Hasta aquí se va a vender hoy.
—¡Compañero, pero si aún falta media hora para el cierre! —comentó uno.
—Mire, recoja el carné a todos los que quedamos, que no somos mucho más de diez, y que no marque nadie más —trató de conveniar otro.
—¡Ustedes no tienen consideración! —bufó airado el organizador, y continuó. Los compañeros de la tienda están ahí desde las siete de la mañana, y ya van a ser las seis de la tarde y también tienen familia y obligaciones en la casa…
—¡Y también tienen asegurado lo que muchos de nosotros no tenemos y por eso estamos aquí! —gritó con firmeza un señor mayor, y se armó tremenda discusión a favor y en contra de lo que sea, que se extendió más allá del horario de cierre, sin que nadie pasara.
Y yo me pregunto: ¿qué puedo hacer para resolver mi problema con las colas? Trabajo y tengo un horario que es igual al de las tiendas, no tengo socio ni familiar que labore en ningún lugar importante de abastecimiento gastronómico y de víveres, no tengo amigos o amigas «desinteresados» o «desinteresadas» que me marquen en las colas, y para colmo estoy feo, de cuerpo incómodo, o sea, malo cantidad, y un poco entrado en años como para caerle en gracia a un organizador u organizadora de colas… Que alguien me diga, porque estoy seguro de que conmigo, en mi misma situación, vienen más de cuatro.