El pensamiento de José Martí constituye la piedra angular sobre la que se levanta el proyecto social cubano. Desde su triunfo, la Revolución desarrolló un amplio movimiento cultural, científico y educativo para llevar al «pueblo en carne viva» lo más auténtico del ideario nacional y erigir así las bases para la construcción de la nueva Cuba.
No sin vicisitudes, la obra y vida del Apóstol adquirieron el lugar cimero que les correspondía: no ya en rincones oscuros como en la República neocolonial; no ya en las palabras edulcoradas de politiqueros: el Maestro ocupó el centro. El pleno conocimiento de su sentido de la libertad, de su antimperialismo radical, de su ética revolucionadora, devino, más que deuda que se debía saldar, necesidad espiritual, un pretexto para continuar la obra de bien y justicia iniciada en 1959.
Precisamente en su ensayo Martí en la hora actual de Cuba, escrito en los difíciles años 90 del pasado siglo, Cintio Vitier afirmó: «La campaña que ahora necesitamos, en un pueblo que sabe leer y escribir (…), pero que en su mayoría conoce mal su historia y por lo tanto el argumento de su propia vida, es una campaña de espiritualidad y conciencia».
Bien entendía Vitier que en las esencias del humanismo martiano se encontraba la salvación de su pueblo. Y no se refería solamente a la salvación económica o política, sino a la defensa del alma nacional, de esas «verdades esenciales» que deberían ser credo de todo cubano y que se resumen en aquella idea del culto a la dignidad plena del hombre.
Y es que al humanismo martiano no lo caracterizan formulaciones abstractas; es, como señala el profesor e investigador Pablo Guadarrama González, «un humanismo concreto, revolucionario y, ante todo, práctico, porque está concebido para transformar al hombre en su circunstancia, al transformar las circunstancias que condicionan al hombre».
Hoy, cuando el mundo vive una crisis multifacética, los cubanos no debemos renunciar a lo que en la historia nacional ha constituido un continuu: la búsqueda del imposible. Y esa búsqueda debe tener en Martí sus puntos de partida y de llegada.
Es por ello que hemos de promover, alejándonos de soluciones simplistas y mecánicas, el acercamiento de cada niño, adolescente y joven a sus obras. No basta una temática martiana en este o aquel plan de estudios, no es suficiente la orientación de tareas evaluativas que requieran la lectura de sus escritos; no se trata de memorizar frases o fechas.
¿Qué hacer? Lo primero y esencial es sentir y pensar a Martí, tratar de seguir su camino en la medida de nuestros esfuerzos. Acumular simples conocimientos sobre el Apóstol no nos hace martianos. ¿Cómo hacerlo? Allí está la alternativa vital de los Cuadernos Martianos, concebidos para fomentar sentimientos patrióticos y sociales en los alumnos.
Allí están la Guía para los maestros de las aulas martianas y la experiencia y disposición de instituciones como la Sociedad Cultural José Martí, y de organizaciones como el Movimiento Juvenil Martiano. Allí está la riqueza simbólica de la historia de la nación cubana. ¿Acaso las necesidades materiales nos harán olvidar que también la poesía es indispensable a los pueblos?
Ahora, como ayer, nos es imprescindible volver a Martí. No solo como mero acercamiento académico, sino como fuente inagotable de espiritualidad. Necesitamos aprehender su fortaleza ideológica, su férrea voluntad, su convicción de que ha de lucharse por todo cuanto sea bueno y justo. Adentrémonos en su obra, bebamos de la savia profundamente ética que emana de todo lo suyo. De allí saldremos con el alma limpia y dispuesta.
*Miembro del Consejo Nacional del Movimiento Juvenil Martiano