Las redes sociales vuelven a ser por estos días un escenario propenso a la tergiversación para esparcir el odio, los rencores y las opulentas falsedades. Ciertamente parecen escenas belicistas que conducen por medio del enfoque digital hacia la confrontación. Y sí que lo es porque acaso se necesitan armas para subvertir lo preciado de una sociedad: sus valores e ideas.
En plena modernidad quien piense que dentro de ese entramado de conexiones, videos, textos y supuestas verdades «absolutas» no se dirime una fuerte contienda, se engaña. Y es que en un mundo polarizado por las nuevas tecnologías pareciera como si los destinos o la suerte de millones viajase entre redes con una única verdad posible, con la más retorcida e inverosímil de las realidades.
Por supuesto que para nuestro país este panorama es siempre retador. Desde el triunfo revolucionario de enero en 1959 la guerra mediática contra el proceso social socialista, sus dirigentes y el pueblo todo ha sido un hecho constante que solo varía en métodos, pero con directrices muy bien definidas que apuestan a socavar ese pensamiento que nos mantiene unidos durante tanto tiempo.
Sin embargo, en la Cuba actual, que transita por la plena efervescencia informática gracias a la decidida voluntad del Estado por desarrollar plataformas y espacios digitales, existe como en ningún otro momento histórico una ofensiva que es ya declarada dentro del ciberespacio.
Se trata de una red manipuladora de discursos vanidosos en redes sociales que persigue a través de las minorías internas y del consuelo paternalista del norte, procurar el caos para conducir a otro tipo de revoluciones edulcoradas con matiz neoliberal dentro de la verdadera y única Revolución social vigente en Cuba.
Quizá todavía haya quien piense que es imposible manipular al unísono a cientos de personas con apenas trastocar una palabra o imagen. No obstante, la realidad de los últimos tiempos demuestra que en este mundo tan frontal y de primicias en redes, donde emergen además no muy casuísticamente periodistas «independientes» y relatores aficionados, existe una intención mayor detrás de algunas noticias sensacionalistas.
La maquinaria que funciona paralela a estos hechos, en ocasiones muy bien camuflada y en otras no tanto, es tan potente que puede incluso crear la escena o propiciar con una chispa «audaz» la acción indicada para dar el zarpazo que anhelan y luego arremeter con total desparpajo dentro de medios y redes sociales.
En tiempos en que la moda de las selfis, las directas con los móviles y las filmaciones forman parte ya de nuestra cultura cotidiana, pudiera parecer que todo en el ciberespacio es casual. Pero lo aparentemente fortuito llega a tener en distintos casos, desde un financiamiento hasta el objetivo directo de provocar. Y todo, por supuesto, con el inequívoco fin de manipular en primera instancia una realidad y a los sujetos que se desenvuelven en ella.
Pero los personajes que andan prestos a ese juego mediático con segundas intenciones, se escudan esencialmente en un derecho de «libertad» que es finito y del cual abusan sin reconocer sus deberes. Para todo existen límites de privacidad a los que debemos atenernos con respeto constitucional. Sin embargo, ciertos individuos violan ese espacio, orquestan un show hasta de lo intrascendente e intentan después sacar provecho del acto.
Así funciona una parte de la poderosa industria digital que genera sus propios espectáculos y a la vez los sirve en bandeja a quienes mejores pagan. Lo cierto es que la verdad navega hoy incoherente entre esos discursos hostiles que, en apariencia no tienen partidos políticos, pero sí una intención bárbara de fragmentar y desunir.
La modernidad sigue demostrando cuán vulnerables podemos ser ante este tipo de hechos que crecen a diario. En estos tiempos retadores, no queda otra alternativa para Cuba y todos sus hijos de bien que andar convencidos bajo esa luz martiana que alerta: «De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento».