Los que tanto apostaron por un apagón en Cuba parece que son ellos los que van a tenerlo. Ya que no pudieron poner en tinieblas al país —cortando la entrada a los supertanqueros—, se emplearon en los últimos días en «energizar» el debate en redes sobre los precios del combustible previstos como parte de las tres R: reformas monetaria, cambiaria y salarial.
Mi hermano y cuñado linieros dirán, allá por el Esmeralda camagüeyano, que pretendían calentar las líneas, pero no con el propósito de que la electricidad fluyera por el tendido, sino para tirar por el piso el sistema, y no precisamente el eléctrico, como los ciclones y otras ventiscas tropicales.
Cabe mucha razón a los políticos cubanos al repetir con insistencia, en estas semanas de salto de los sucesos de San Isidro y frente al Ministerio de Cultura, a la llamada Tarea Ordenamiento, en que lo que se pretende es someter al país a una situación continuada de guerra de cuarta generación, a un estado perpetuo de exaltación y agitación, que desvíe la atención de las autoridades y el pueblo de los cambios trascendentales en marcha.
Para ello no hacen más que intentar poner más y más presión a la olla, cuya tapa resintieron con delirio entre virulentos martillazos económicos y mediáticos, con la esperanza de que saltara por los aires como regalo de despedida a Trump y pantano de bienvenida a Biden.
Es demasiado el desconsuelo que les causa ver que La Habana no acaba de convertirse en una réplica de Santiago de Chile, de Lima, o cualquier capital latinoamericana en agitación o revuelta popular.
No les acaban de funcionar sus encuadres académicos y teóricos. Según estos, de este lado del charco no pasó nada tan políticamente singular en los últimos más de 60 años, como para que no corran por nuestras calles las mismas agitadas aguas de otras primaveras.
Hacen lo imposible por explicarse la Revolución popular, de justicia social y antimperialista ocurrida en Cuba con la física de Newton: algo así como que a toda Revolución le corresponde una reacción de igual intensidad, pero en sentido contrario.
Al equiparar las revueltas de Santiago de Chile con las que agitan para que ocurran en La Habana, olvidan que ningún pueblo estaría dispuesto a levantarse contra sí mismo, a no ser que sus ideales fuesen mancillados y traicionados a tal grado como para que ello ocurra, como sucedió con otras experiencias socialistas.
Aunque a los encumbrados cubanólogos les parezca lo mismo, en nada se parecen las circunstancias de Cuba y su liderazgo revolucionario a las de Chile y otras naciones y sus élites económicas y políticas.
Esa es una de las razones por las que resulta esencial que el país busque imponer no solo su ritmo, sino conducir el tiempo, la forma y el contenido de nuestra transformación, por encima de las persistentes e inevitables refriegas.
El extraordinario replanteo monetario, cambiario y salarial que tendrá su día cero en fecha tan simbólica como el Primero de Enero, unido a las medidas con las que pretendemos encarar la grave situación sanitaria y de crisis total en que condujo al mundo la Covid 19, con su punto de inflexión en la nueva Estrategia económica y social del país, cierran el paso a las justificaciones para alimentar corrientes políticas retardatarias, a la vez que abren camino a una nueva mentalidad, institucionalidad y práctica revolucionaria.
En Cuba ya se debatió y aprobó, por amplísimo consenso popular, la Constitución que todavía sueñan los chilenos y otros pueblos de la región y del mundo. Con ella se abren las «alamedas» institucionales y legales para una multiplicidad de cambios extraordinarios, que dan respuesta a la situación revolucionaria que —efectivamente— se acumuló en nuestra sociedad. Solo que, por la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, el cambio que se pide es hacia más socialismo. Ese es el milagro que une en Cuba a la dirección política y la mayoría protagonista de su pueblo.
La Revolución siempre hizo por vocación lo que algunos quisieran que acometiera bajo presión. ¿Acaso las élites económicas y políticas latinoamericanas tuvieron como filosofía alguna vez que no se puede realizar ningún cambio importante sin consulta con el pueblo, o la de tener el oído, y lo más importante, los sentimientos y el corazón, pegados al pueblo?
Eso fue lo que reflejó con belleza, tino, hondura y elegancia la intervención del Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la última sesión del Parlamento: «Somos la Asamblea del pueblo, y a sus demandas y a sus tiempos nos debemos», subrayó.
Y esta otra idea que viene muy bien a los «calentadores de líneas», y no precisamente eléctricas: Se revisará lo que haya que revisar y se corregirá lo que haya que corregir…, en referencia a las tres reformas en curso a partir del 1ro. de enero.
¿Dígame, usted, si algunos deben estar ahora mismo en apagón? Ese es el precio de confundir la gimnasia con la magnesia.