Ahora que Cuba acomete una ofensiva contra el delito económico, la corrupción y toda laya de indisciplinas y quebrantamientos, lo más sensato es no ceñirse únicamente al repudio y neutralización puntual de esas manifestaciones y a los operativos policiales; sino también a diagnosticar con un bisturí perenne las causas socioeconómicas que generan esos males y distorsiones, para prevenirlas y extirparlas de raíz.
Sin desconocer el síndrome de asfixia que provoca el imperturbable bloqueo estadounidense, es al menos prometedor el reciente reconocimiento autocrítico por parte de las autoridades del país de la lentitud y falta de integralidad en el proceso de actualización del modelo económico cubano en los últimos años. Y levanta expectativas y ánimos en medio de tantas dificultades y penurias, la nueva estrategia pos-Covid-19, para enfrentar la crisis y plasmar en transformaciones irreversibles lo pendiente de documentos rectores como los Lineamientos económicos y sociales y la Conceptualización de nuestro modelo socialista.
En opinión de muchos economistas cubanos, quienes han sido leales al socialismo desde el valiente diagnóstico crítico y salvador, la estrategia recién anunciada confiere un énfasis mucho más audaz, sistémico e integrador a las transformaciones: zafa nudos y trabas a las fuerzas productivas. Descentraliza y confiere mayor horizontalidad. Fomenta la autosostenibilidad alimentaria, una mayor diversidad exportadora y una menor dependencia de las importaciones. Democratiza más la economía y vigoriza el emprendimiento, porque busca la complementariedad y similares posibilidades entre las diferentes formas de propiedad y de gestión. Promueve más los incentivos que las prohibiciones. Abre los portones de los compartimentos estancos.
Por supuesto, son los propósitos. Los cambios llevarán tiempo para recoger sus frutos, paradójicamente en una lucha contra el tiempo. Lo importante de esta estrategia no radica solo en sus objetivos, sino en la manera en que ellos se plasmen, en las vías inteligentes para abrir esas compuertas sin que nos inunden y traguen las transformaciones. Lo otro sería fracasar por inanición dogmática, aceptar que los problemas económicos se sigan enfrentando con voluntaristas medidas administrativas y el apego al ucase, que nunca es político.
Al carácter liberador y emancipatorio de las medidas anunciadas, deberá unírsele el permanente diagnóstico científico de la obra transformadora, para desde un observatorio corregir los errores y desviaciones en la plasmación. Y al propio tiempo fomentar la retroalimentación de los estados de opinión y consensos populares en función de la toma de decisiones.
Por ahora, los episodios diarios de operativos policiales sobre el delito económico nos revelan hasta dónde la economía cubana se ha sumergido durante años en el mercado negro y las ilegalidades, y en la convivencia social con el deterioro moral, para peligro de la nación. Y a la vez nos alertan de cuántas distorsiones y errores de diseño hay que corregir.
Nunca justificaré el delito y el fraude económico por difíciles que sean las circunstancias. Pero también es cierto que vivimos durante años entre demasiadas prohibiciones económicas que ahora comienzan a rectificarse. Y se creó una habilidad proverbial para transgredir lo «legal» para sobrevivir, mientras demoraron mucho tiempo estos procesos realistas de validación y sinceramiento de muchas actividades que eran consideradas ajenas al ideal socialista.
El resultado lo estamos presenciando. De ahí que, pos-Covid-19, con los ramalazos de la crisis económica mundial y el perenne bloqueo yanqui, no habrá otra alternativa que asumir todos los riesgos de las transformaciones. Por un lado, rigor y disciplina; por el otro, incentivo y emprendimiento para que el trabajo honesto, estatal o no, sea la piedra angular que nos conduzca a la prosperidad sin abandonar la justicia social.