Desde que nuestra llama independentista se inflamó por primera vez en Yara el 10 de Octubre de 1868, hasta la consumación definitiva de la victoria el Primero de Enero de 1959, el proyecto revolucionario cubano ha contado siempre con consignas capaces de enardecer a las masas y legarles el fervor que todo proceso análogo suele llevar aparejado.
Fue Carlos Manuel de Céspedes el pionero en promulgar a voz en cuello la proclama que presidió nuestras luchas del siglo XIX. «¡Independencia o Muerte!», exclamó aquella vez el Padre de la Patria en el ingenio La Demajagua y, enardecidos, los más de 500 compatriotas allí congregados juraron «perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda».
La manigua se estremeció luego con el grito mambí de «¡Viva Cuba libre!». Nunca las cargas al machete fueron tan demoledoras como cuando arremetían contra las columnas españolas con la ilusión de una Patria sin metrópoli, en la cual fueran sus hijos quienes administraran sus destinos.
Si las consignas decimonónicas les insuflaron arrojo a los insurrectos del Ejército Libertador, otra de similares propósitos —aunque dicha en circunstancias distintas— se incorporó al discurso del pueblo como una irreversible disyuntiva de combate. La pronunció Fidel el 5 de marzo de 1960, en los funerales de las víctimas del sabotaje al vapor La Coubre. «¡Patria o Muerte!», dijo aquella vez el líder.
El 7 de junio de 1960, Fidel resumió en el teatro de la CTC el Primer Congreso de la Federación Nacional de Trabajadores de Barberías y Peluquerías. Reflexionó acerca de lo que representaba la Revolución Cubana para el mundo —y en especial para América Latina— en materia de emancipación. A punto de concluir, completó la consigna «¡Patria o Muerte!» con una vibrante e irrevocable sentencia que, desde entonces, integra el ADN ideológico de los cubanos: «¡Venceremos!».
Gloso algunas de las ideas formuladas aquel día por Fidel, que generaron el debut en el discurso revolucionario de una convicción que echó raíces para todos los tiempos.
«Nosotros somos hoy la primera trinchera de América. Las masas humildes de todos los pueblos de este continente miran hacia Cuba, llenas de esperanza, y no vacilan en afirmar que Cuba es su ejemplo, que del triunfo de Cuba depende su triunfo. Y ese es el papel que los cubanos estamos desempeñando en la primera trinchera de América, ¡y esa trinchera la sabremos defender! ¡Esa trinchera no la tomarán jamás los enemigos de nuestras nacionalidades y de nuestros hermanos de América Latina! ¡Esa trinchera se mantendrá firme e invencible!, porque los que estamos en ella, los que tenemos el privilegio de estar en esa trinchera, no la perderemos; los que tenemos el privilegio de jugar este rol que Cuba está jugando en la historia de este continente, sabremos estar a la altura de las circunstancias, con la seguridad de que venceremos, vencerá nuestro pueblo; ¡cueste lo que cueste, vencerá nuestro pueblo! Porque sus hijos están decididos a defenderlo, porque sus hijos tienen el valor, el patriotismo y la unión que en una hora como esta se necesita, porque sus hijos han dicho: ¡Patria o Muerte! Y han dicho ¡Patria o Muerte!, porque esa es la consigna de cada cubano. Para cada uno de nosotros, individualmente, la consigna es: ¡Patria o Muerte!, pero para el pueblo, que a la larga saldrá victorioso, la consigna es: ¡Venceremos!».
Definitivamente, a Cuba y a su proyecto social, admirado por el mundo, no le queda otra que vencer. Y vencer a ultranza, a pesar del acoso y del hostigamiento del vecino poderoso. Cada zarpazo suyo recibe su consecuente respuesta con las armas de la razón y la dignidad. ¡Es mucho lo que está en juego!
Se le atribuye a Julio César la frase latina Veni, vidi, vici, pronunciada ante el Senado para comunicar su victoria en la batalla de Zela. A imagen y semejanza de ese general y cónsul romano, la Revolución Cubana vino, vio y venció. Fidel aseguró «¡Venceremos!». La historia y la vida lo confirman.