Claro está: No vivimos días aptos para bromear en un periódico, ni tampoco escribir mediante jeroglíficos con el propósito de intrigar a quien lea este artículo. Lo expuesto en el título compone una tesis, o más bien una propuesta que, más que con el lenguaje, se relaciona con mis compatriotas.
Es, en fin, nuestro tema en estas jornadas en que los cubanos vivimos bajo el riesgo de la actual pandemia. No resulta necesario explicarla. Todos estamos aptos para saber que el prefijo pan unido a epidemia indica que la enfermedad llamada abreviadamente Covid-19, envuelve a toda la Tierra, como el hilo a una pelota de béisbol. De modo que el coronavirus que la genera no elige por preferencias personales, geográficas ni culturales.
En consecuencia, no se discute que cada habitante de nuestro planeta afronta la posibilidad de contraer este mal que arrastra el arado del contagio por cualquier terreno, sea de arcilla o roca, o cualquier comunidad, aunque sus edificios sean de acero. Mis lectores lo saben. Y si lo repito es para pretender que, más que una lección que luego olvidamos, sea un nuevo aviso que hinque, avive la conciencia del peligro, y no actuemos como este o aquel que, según la frase del pueblo, aparentan oír pero sus orejas giran hacia otros ruidos que no les traigan inquietudes.
Conozco a muchos, posiblemente mayoría, que piensan desde una actitud responsable. Y para estos el más doloroso incidente del presente consistiría en padecer la Covid-19, o saber que un hijo, un hermano, un amigo, y centenares de cubanos junto con ciudadanos del orbe, padecen, a veces con riesgos de muerte, ese mal cuyo medicamento más eficaz, según la ciencia y la experiencia,es la prevención.
Pregunto: ¿Tendremos todos la convicción de que ante estas emergencias los pronombres se vinculan y se sustituyen entre sí? Figurémonos un problema. ¿Acaso yo, que me arriesgo a contagiarme, y de hecho me contagio, y luego abrazo a mi esposa, o a mis hijos; o discuto con algunos amigos, en círculo apretado, sobre cuándo podrá comenzar la serie de béisbol, o se abrirán los cines, no empieza uno, mediante el contagio, a ser también tú, y tú, él, y él, nosotros?
Estas son las reglas: Alejarse del coro, y cambiar el terreno público por el enlosado del hogar. No inventaremos conducta más fructífera y madura: el recogimiento. Sé que nada nuevo digo, tras tantas semanas oyendo por los medios que la casa se ha convertido ahora en el seno materno donde hemos de protegernos sin predominio del riesgo.
Riesgos, desde luego, habrá. Porque alguien de la familia tendrá que salir a la bodega o al agromercado, incluso a trabajar en labores inexcusables. Ninguna institución nos llevará los alimentos a la casa. Pero, en una familia, a quien le corresponda salir y deba hacer una cola, ¿no le parecerá mejor pedir el último y luego alejarse hasta tanto le corresponda el turno? ¿Acaso no hemos pensado en esa posibilidad? Donde he pedido el último, por lo común las personas suelen arracimarse, aunque se embocen con el nasobuco, que ya, al parecer, lo estimamos como un guardián de las vitales entradas de nuestra boca y nariz. Mas, nunca será poca la práctica de autoprotegernos y, sobre todo, salvaguardar a con cuantos convivimos o con cuantos coincidimos.
No pretendo ser normativo. Tampoco convertir esta nota en un manual mínimo de recomendaciones para afrontar la pandemia. Simplemente, como también asumo los mismos riesgos que muchos de mis conciudadanos, intento recomendar cautela para preservarnos. Lo oigo desde niño. La enfermedad no trae el nombre de sus víctimas en una lista demoniaca. Cualquiera cabe en el zurrón… si se descuida, o no valora los riesgos.
En esa circunstancia, algunos podrían decir: Covid o no Covid: Da igual. Claramente es una disyuntiva mucho menos racional, menos heroica, desprendida y justificable que nuestro Patria o Muerte. Y si la muerte sirve para salvar conscientemente a la patria, la opción será inteligente, abnegada y meritoria. Pero la otra, la de elegir la enfermedad mediante actos imprudentes, carece de méritos y se distingue por una irresponsable, tal vez pueril, conducta.
Meditemos, por tanto, que en la sociedad cada persona debe de guardar normas, leyes y respetar relaciones implícitas en nuestra naturaleza social. El ser humano nunca está solo: cualquiera de sus acciones, además de repercutir en el ejecutor puede influir en aquel semejante al que nunca hemos visto.
En la sociedad humana ningún individuo es. Más bien, somos.