Cuando llegó a mí la noticia de la muerte de Marcos Mundstock, la pasada semana, ya estaba emplanada nuestra página dominical del dedeté, y aunque estuve tentado a sustituir el texto pensé que esto me llevaría otro día de permanencia en el periódico y por ende en la calle. Decidí entonces esperar con calma nuestra próxima edición porque, en realidad, nunca es tarde para hablar de Les Luthiers.
El triste suceso de la desaparición física de Marcos Mundstock, quien fuera miembro por muchos años del afamado grupo de humoristas argentinos, me trasladó a más de seis lustros en el pasado. Corrían los años 80 de la anterior centuria en Cuba y tomaba fuerzas insospechadas un naciente grupo de cultores del humor en todos los soportes (principalmente escénicos) que se llamó Movimiento de Jóvenes Humoristas.
Yo descubría ese mundo cautivador de manos del ya reconocido Conjunto Nacional de Espectáculos (comandado por Virulo), y para mayor satisfacción entré a formar parte de la nómina del proyecto literario y teatral Nos y otros, como integrante de la composición escénica.
Los casetes con copias de algunos espectáculos de Les Luthiers (que eran mayormente propiedad de Eduardo del Llano) formaban parte del intercambio habitual de material «de alta demanda», entre Nos y otros… (y otros colegas del Movimiento) que incluía autores como Monty Python, Leo Maslíah, Woddy Allen, Augusto Monterroso, Vargas Llosa, Kundera, George Orwell, Fontanarrosa, Groucho Marx…
Esta fue una generación que puso gran interés en cultivarse y desarrollar, conjuntamente, la teoría y la práctica en el arte universal, esencialmente en el humor. No por casualidad provenía mayormente de las universidades de todo el país.
El grupo Les Luthiers gozaba de la mayor aceptación en el gremio, comparado con otros proyectos foráneos. Si fuera a utilizar un parangón descriptivo yo diría que Les Luthiers fue para nuestra generación como The Beatles para nuestros padres, con la diferencia de que, por suerte, nunca estuvo vetada su difusión. Gracias a contactos de Alejandro García (Virulo) visitaron nuestro país en dos ocasiones. Posteriormente, de manera individual, y con la ayuda de Virulo y el Centro Promotor del Humor, dirigido entonces por Iván Camejo, vinieron Ernesto Acher y Daniel Rabinovich, quien impartió inolvidables conferencias para los humoristas cubanos.
La maestría de Les Luthiers dejó innegables huellas en la propuesta de reconocidos proyectos de la escena humorística cubana de finales del siglo XX, como La Seña del Humor, Salamanca, Nos y Otros, Onondivepa, La Leña del Humor, Lengua Viva, Los Hepáticos, Caricare, Humore Mío, Humoris Causa… y otros muchos entre los que me atrevería a incluir al Conjunto Nacional de Espectáculos, pionero y revolucionador innegable del humor en Cuba.
Tal como nuestros músicos (y otros artistas) supieron beber de la influencia de The Beatles (y otras grandes agrupaciones foráneas de la época) y fundirlas a nuestras raíces musicales, los jóvenes del movimiento de humoristas de los años 80 dieron nueva connotación al arte de la risa sin negar nuestro inmenso acervo heredado del bufo y el vernáculo.
No solo en el humor escénico, la literatura humorística y las artes plásticas, en particular el humor gráfico, también tomaron otra connotación, donde estaba implícita la obra de Les Luthiers, Quino, Fontanarrosa… sin negar a Abela, Nuez, Chago, Virgilio…
Quizá exagero, quizá me mata la pasión, pero pienso que hay en nuestra cultura algo de Les Luthiers y por ello decimos agradecidos a Marcos Mundstock, como expresamos hace unos años a Daniel Rabinovich: ¡Hasta siempre, colega!, y, como diría otro grande de la cultura latinoamericana: ¡Gracias por el fuego!
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