Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El peligro de la capicúa

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Es la una de la madrugada y todavía resuenan fuerte sobre la mesa los golpes de las fichas del dominó. Desde mi ventana abierta, alcanzo a escuchar algunas frases que se cortan por la distancia, pero es notable la normalidad con que los socios «comparten», como habitualmente lo han hecho. #Pa fueraElEstrés podría ser su etiqueta en este momento en que se indica el distanciamiento social; pero la reunión en sí misma es una muestra de desentendimiento ante el riesgo que corremos todos.

Quisiera pensar que no «comparten» también un trago «a pico de botella». Ojalá que no, de verdad. Estoy segurísima de que no hay maldad en ello, ni siquiera podría llamársele imprudencia cuando no se está consciente del peligro. Creo que, en su caso —como en el de tantos cubanos que hoy no miden la magnitud de los hechos—, es demasiada confianza en que «no va a pasar nada», en que «tenemos uno de los mejores sistemas de salud del mundo», en que «no hay que pagar por ingresar a un hospital»… Y casi todo eso —menos lo de «no va a pasar nada»— es verdad, pero ni siquiera es garantía: hoy lo mejor es no tropezarse ni con un catarro común.

Lo que no es cierto es que exista cero probabilidad de que, entre esas fichas que se están moviendo, en ese doble seis que, seguro, ahora mismo alguien está soltando casi victorioso sobre la mesa; en esas manos que, quizá, se frotan un ojo medio somnoliento… el Sars-CoV-2 no les esté cazando la pelea sin que ellos se den cuenta. Repito: ojalá que no, pero todo puede ser.

Y se ha dicho que sin pánico, pero parece que a nuestra gente —cuyo arrojo le viene de la sangre indígena, africana, española…— hay que meterle el miedo por los ojos para que se den cuenta de que tienen al enemigo cerca. No basta con que le digamos: «Mira cómo han luchado los chinos», «Piensa en los muertos de Italia», «Saca cuentas, mi’jito, de las cuarentenas obligatorias en otras regiones». Hay gente que cree que eso es imposible en Cuba.

Será imposible si nos quedamos quietos, pero quietos de verdad: no jugando al dominó «hasta que se seque el malecón», ni dejando de llevar al chama al círculo pero juntándolo con la primita «pa’ que no se aburran ni chillen demasiado, que nos vuelven locos encerrados en la casa».

El Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, habló en la Mesa Redonda de este lunes tan pero tan «a lo cubano», tan claramente —como debe ser—, que yo pensé que en la noche habría más calma que nunca. Dicen algunos que el malecón habanero estaba tranquilo, pero me cuentan también que en varios sitios de Cuba los muchachos —esos a los que les suspendieron las clases para protegerlos— salieron a aprovechar la noche, a romancear, como si nada.

¿Qué nos está faltando como medios de comunicación, como Gobierno, como familia, como sociedad, para que la gente entienda que la COVID-19 enferma y mata? ¿Cómo hay que decir, con qué palabras, que la Humanidad corre un grave peligro si no logramos contener esta pandemia? ¿Quién cree todavía que esto es un juego? ¿A quién le hace falta un muerto en su familia para entender que no debe salir de su casa si no es imprescindible; que no debe hacer ni recibir visitas; que debe lavarse las manos y no tocarse los ojos, la boca, la nariz, la cara? ¿Quién piensa que todo esto es pura letanía?

Lo peor es que la COVID-19 tiene mucho a su favor: facilidad de propagación y de contagio, tiempo de duración sobre las superficies, síntomas similares a otras infecciones y demora en que estos aparezcan luego del contagio. Lo mejor es que el virus no piensa, y nosotros sí. ¿Para cuándo dejaremos de actuar irreflexivamente?

Ya se ha dicho que los ancianos o las personas con enfermedades crónicas son más vulnerables —lo cual no significa que el resto es inmune—; entonces, ¿por qué todavía hay tanta gente mayor de 65 años paseándose por el barrio, conversando en las esquinas, socializando las medidas y «lo malo que está el mundo» mientras hacen la cola del pollo? Hoy he visto más ancianos en la calle de lo que preferiría.

Dejando a un lado el asunto del contagio, la enfermedad y el peligro, ¿se ha puesto a pensar usted cuánto nos costará recuperarnos económicamente, después de que todo esto acabe? Yo ni siquiera puedo imaginar los números, pero la lógica me indica que entre más rápido eliminemos las probabilidades del contagio, en mejores condiciones quedaremos para levantarnos de entre los problemas.

Este 2020 entró «al duro y sin guante» para el mundo entero, y las estadísticas internacionales asustan. De nuestro comportamiento depende, en gran medida, que la enfermedad retroceda en Cuba y podamos jugar otra vez al aire libre, con pulmones saludables y pecho al descubierto, sin temor alguno a la capicúa.

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