Las políticas neoliberales de décadas pasadas estuvieron destinadas a desarmar o hacer económicamente dependientes de Estados Unidos, a los países de América Latina. Milton Friedman, un norteamericano, premio Nobel de Economía y padre de los manejos del libre mercado en el mundo, fue asesor por excelencia de dictaduras sangrientas como la de Pinochet en Chile y de Videla en Argentina.
El sustento del neoliberalismo actual se halla en la propuesta económica de los Chicago Boys, como se ha denominado, pues fue la famosa Escuela de Chicago uno de los escenarios donde Friedman sobresalía como máximo promotor y que la periodista canadiense Naomi Klein describe en su libro La doctrina del Shock, como el «centro forjador» para activar los cambios en la liberalización económica de países independientes.
Lo cierto es que dentro del mundo teórico de Milton Friedman quedaba clara una cuestión: la de que para implantar estas políticas tenía que hacerse valer el uso de la fuerza y el terror, con el objetivo de erradicar cualquier tipo de resistencia en las calles. El ejemplo máximo estuvo en Chile, luego del golpe de Estado a Salvador Allende en septiembre de 1973.
En la América Latina de hoy muchos temas han cambiado respecto a los años de Guerra Fría, sin embargo, el propósito del «tío Miltie» de someter a naciones soberanas a la dependencia económica de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que es igual a suponer una subordinación política, continúa siendo una premisa bajo la bandera imperial de Estados Unidos.
Si antes se conseguían los cambios políticos a punta de cañón, en la actualidad se obtiene a través de los golpes blandos, una especie de falsa «democratización» amparada por la justicia. En el caso de los países del continente que deciden trazar sus propias agendas o toman el camino de la izquierda, solo les queda defender sus principios ante la embestida del norte.
Las recetas neoliberales se retoman con fuerza y cada vez más a América la tratan de asemejar al caos político que fue. El derrocamiento por la vía judicial de candidatos presidenciales o mandatarios como Fernando Lugo en Paraguay, Dilma Rousseff y Lula Da Silva en Brasil, o más recientemente Evo Morales en Bolivia, demuestran el cierre del cerco hacia los países progresistas.
Están claros los resultados que han venido luego de estos golpes en Sudamérica. Los recursos que antes respondían a intereses sociales, ahora van a tener una arraigada dependencia de organismos como el FMI; por lo tanto crece la desigualdad. Conclusión: cambiaron los métodos, pero se mantiene el mismo objetivo que planteó Milton Friedman.
Desde que Donald Trump entró al despacho oval de la Casa Blanca continuó la tradición de «American First» y su odio hacia todo lo que «huele» a socialismo se acrecentó. El hostigamiento marca la política de este personaje que disfraza la democracia con un alto capital para financiar los golpes políticos generados en el continente.
Como todo un hombre de negocios, sus políticas son consecuentes con sus pensamientos arrogantes que con aires de superioridad muestran la desesperación por hacer valer la ley del más fuerte. Pero, ¿quiénes cargan las consecuencias de estas estrategias nada coherentes con el respeto internacional?
Los pueblos son los que sufren los cambios. En Argentina vimos lo que sucedió luego de salir electo Mauricio Macri en los comicios de 2015. Después de recibir un país casi sin deuda, ahora lo entrega a Alberto Fernández con altos niveles de inflación. Las calles durante el período de su gobierno fueron tomadas por el pueblo ante el descontento de los ciudadanos por las reformas elitistas de Macri.
Así viene pasando con los países del continente que resisten y no quieren volver a pasar por los años de incertidumbre y oscuras dictaduras. Grandes masas han saturado las calles de Chile, Colombia y Bolivia en busca de retomar los caminos de igualdad y respeto constitucional.
El Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, ha sido reiterativo en varias intervenciones al afirmar: «Quieren volvernos a traer el neoliberalismo más feroz al continente». Lo cierto es que el poder del Norte continúa acechando a la América Latina con el objetivo de destruirla, para luego erigirse, otra vez, como todo un «salvador».