Soterrados, invisibles, los cimientos sostienen las casas pequeñas y los edificios mayores. Tras la imagen deslumbrante que se muestra al exterior subyace un duro trabajo anónimo de lo que permanece oculto. De la misma manera, la formación de las generaciones en crecimiento se decide en las primeras edades del escolar. Junto con las bases de la instrucción, en esa etapa se adquieren el sentido de la responsabilidad ante la vida y la tarea. Se forja también la cultura del detalle, puntos de partida ambos para el desempeño del oficio que habrá de tocarnos una vez llegados a la temprana madurez.
Quizá algún día la inteligencia artificial sustituya buena parte del trabajo humano. No sé si habremos de ser más felices cuando llegue esa hora, porque para sobrevivir al cambio tendremos que haber acumulado enormes reservas de vida espiritual. De esa plenitud del ser nos separa una gran distancia, que en las circunstancias actuales opera en dirección contraria. Las apetencias del consumismo, el modo de vida imperante y la comunicación electrónica, sustitutiva del conversar, interfieren con el necesario mirar hacia adentro.
Sin embargo, en el apremiante ahora mismo de cada amanecer, los problemas son de otra naturaleza. Asediados por un enemigo hostil, se nos impone remontar la áspera cuesta en favor de la batalla por la supervivencia económica. Hay que producir, pero no puede hacerse al trozo, de cualquier modo, para cumplir en lo formal las metas trazadas. Se impone desterrar de raíz la cultura del despilfarro. Los recursos escasean. Las inversiones han de ser duraderas para evitar el rápido deterioro y la frecuente exigencia de reparaciones capitales.
En cada caso, lo pequeño decide lo grande. Los malos hábitos adquiridos no se destierran con exhortaciones. Las soluciones en profundidad requieren el paulatino rescate de la cultura del oficio, que desborda en mucho el área de la creación de bienes materiales. Se encuentra también en el campo de los servicios y en el de la administración pública.
Al sistema de educación y al taller laboral corresponden desterrar paulatinamente los hábitos de despilfarro y rescatar el alto nivel de los oficios que alcanzamos a tener desde la colonia.
Fueron los carpinteros que llegaron a la talla de verdaderos ebanistas y fabricaron mobiliarios de altísima calidad. Fueron los albañiles que edificaron La Habana Vieja, el Cerro, el Vedado y las zonas más prestigiosas de Playa, todo ello bajo la supervisión de arquitectos conocedores de los aires de la modernidad en cada época, que adaptaron a las exigencias del clima y a un ambiente propicio el reconocimiento de nuestra identidad. En una escala modesta, tenían la habilidad requerida para recuperar demoliciones y dar nuevos usos al material desechado.
Por su complejidad, la administración pública y la de las grandes empresas requieren un personal cada vez más calificado. Son canales por donde transita la rapidez de las soluciones, la transparencia en el empleo de los bienes y la permanente problematización de la realidad.
El desafío se agiganta en tiempo de cambios. Implica la adquisición de nuevos estilos, la valoración de las diferencias existentes entre los territorios y la búsqueda de soluciones apropiadas en cada caso. La idoneidad para el cargo tiene que vincularse con la recalificación permanente. Cada oficio se sostiene en fundamentos éticos y en el orgullo legítimo ante los resultados del trabajo bien hecho.
No soy habitante de la Luna. En mi quehacer de cada mañana afronto los obstáculos que se interponen en el camino por el desequilibrio entre precios y salarios, por el tiempo invertido en la solución de asuntos apremiantes para el bienestar de la familia. Parecería un nudo gordiano que, en tan compleja circunstancia, no puede cortarse de un solo tajo.
Hay que desenredar la madeja. Los incumplimientos en el plan asignado conforman un encadenamiento negativo que atraviesa transversalmente el conjunto de la sociedad. Para responder a las exigencias del orden establecido, el mecanismo de autodefensa ha consistido en limar asperezas al rendir cuentas y elaborar informes plagados de «pero» y de «no obstante». Se elude así el momento adecuado para aplicar el análisis riguroso y ejercer la crítica constructiva.
Es justo exigir responsabilidad a los cuadros, columna vertebral del sistema. La estructura ósea sostiene el cuerpo erecto, garantiza la debida movilidad. Es asidero de la carne. Tal y como sucede en la naturaleza, insisto, lo pequeño decide lo grande. Para garantizar el rendimiento industrial de la zafra, la caña tiene que llegar al basculador limpia y madura, libre de objetos extraños que entorpecen luego el proceso industrial. Todos y cada uno somos responsables de todo.
No podemos volver la mirada hacia otro lado mientras los problemas, como las penas, se acumulan y nos agobian. Para contrarrestar el desánimo y la desidia tiene que operar la presión social. Hay que establecer paradigmas hechos a la medida de la actualidad, propagados con los códigos de la contemporaneidad, restaurar principios éticos apegados a las características y a las funciones de cada oficio. Es impostergable forjar conciencia mediante una cultura de hacer política distanciada de las generalizaciones abstractas, apegada a la tierra, a la base de la sociedad.
La sociedad es un cuerpo viviente, un sistema interrelacionado, similar metafóricamente al cuerpo que habitamos. La recorren venas y arterias, la sangre nueva y la sangre emponzoñada. Se nutre de una extensa capilaridad en contacto directo con la realidad que nos rodea, con el aire que nos oxigena. Allí, en última instancia, se decide todo.