NO voy hacer comparaciones entre uno y otro sector de las prestaciones de servicios. Solo hilvanaré sobre cómo se aprecia la atención al cliente en los negocios regidos por el trabajo por cuenta propia, obligados a poner por delante la calidad y el buen trato para evitar la quiebra.
He de subrayar que en las prestaciones estatales hay ejemplos de eficacia y de buen trato en las de mayor y menor rango. Hecha la salvedad, para espantar las suspicacias, aterrizo en el tema que, por supuesto, conocen bien todos: ¿acaso habrá alguien que nunca haya ingerido aunque sea un café en uno de sus establecimientos?
Empiezo por un repaso del abc para dar un buen servicio, tan difícil de plasmar en tantísimos lugares, ¿alguien lo pondrá en tela de juicio a estas alturas? El trabajo por cuenta propia, eso sí, basa su disciplina interna, más que en las exhortaciones a realizar bien la faena, en la máxima de que los empleados deben ser eficientes, si no se van.
Las reglas de cómo deben actuar se les exponen claras para que cada cual sepa bien su contenido específico si se trata de un restaurante, un merendero, una heladería, peletería o, simplemente, una cafetería. Se llega a un mutuo acuerdo sobre el régimen laboral, incluido el salario que devengarán, el horario, los días que trabajarán cada semana, los descansos y hasta la ropa con que vestirán.
El cumplimiento de la hora de apertura resulta, por lo general, estricto, mientras el cierre lo pueden alargar, en particular en los días festivos, siempre que haya clientes esperando para acceder a las prestaciones. Ante un desliz, al que lo cometió se le llama la atención, pero la falla reiterativa de lo acordado solo camina en dirección al cese del contrato.
El control a rajatabla, por la izquierda nada, nadita, porque ojos y cámaras están vigilando. Incluso existe un negocio que tiene a la vista el siguiente lema: «para su tranquilidad y la nuestra, le advertimos que este local dispone de cámaras de seguridad».
Una manera muy cuerda de utilizar la prevención, técnica de por medio, para desalentar el intento de meter la mano o hasta el cuerpo. Los altos precios, por sí solos, obligan a esmerarse en las comidas, caracterizadas por ocasionar un gusto apetitoso y poseer, cada una de las raciones servidas, una cantidad que satisfaga al cliente, la única manera de garantizar que vuelvan.
La competencia silenciosa desencadenada por la existencia de tantísimos lugares en los que venden comestibles, de más y menos linaje, funciona como el controlador inexorable de la calidad. Del lugar en que las personas se marchan descontentas nunca suelen volver y, peor todavía, «la fama» gratis que le hacen sobre la mala prestación deviene demoledora.
Hay negocios que han quebrado por descuidar la buena cualidad por lo que se paga, y que incluye buena comida, la cantidad y el trato, tres reglas que garantizan el éxito. El que las obvie o las quiera «correr por tercera» al consumidor se va del aire, porque todo esto cuenta en ese sector para el cliente, con la opción de no ir donde le tratan mal. Así de lógico, así de sencillo.