Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Refrán que se duerme…

Autor:

Luis Sexto

Con su tejer y destejer legendarios, Penélope quizá tendría paciencia para ponerse a contar refranes. Nadie conoce la cifra exacta. Solo en Finlandia, según datos eruditos, se trasladan de una a otra boca o se han echado a recoger el polvo del desuso, más de un millón.

Una de las mayores cantidades reunidas hasta hace unos años, subían hasta los 18 500, número que contiene la Enciclopedia de proverbios mundiales, compuesta por el folclorista alemán Wolfgan Mieder. Este diccionario confirma que el refrán experimenta un indetenible proceso de invención y transculturación. De lengua en lengua. Adoptando mínimas variantes. Después se torna muy escurridizo su origen. En tiempos duros los armenios dicen: «El melón no madurará bajo las axilas». Y los holandeses apuntan: «Los gansos asados no llegan volando a tu boca».

No siempre ha de atribuirse a un préstamo la similitud refranesca. Pueblos en iguales circunstancias pueden deducir similares conclusiones ante un mismo fenómeno. Por ejemplo, en lengua  yidish se asegura: «La manzana podrida arruina el resto». Los malteses aseveran lo mismo sobre las naranjas. Y nosotros, en Cuba, aplicamos idéntica receta a las papas.

Ocurre también lo contrario: que el mismo asunto sea visto con óptica inversa. Los españoles y cubanos estamos convencidos de que «más vale tarde que nunca». Los alemanes, en cambio, estiman que «un poco tarde es demasiado tarde».

El refranero predominante en Cuba parte del español; son evidentes los clavos de la misma armazón, al menos en el sentido. En la forma, el criollo y luego el cubano lo revistieron con su imaginería jaranera, satírica, democrática. Y el contraste se presenta como una declaración de independencia, como una voluntad de diferenciarse. Esto es: miren este refrán español: «Tú, que te quemas, ajos has comido»” Resulta grave, muy empaquetado, muy rancio. La versión cubana es menos solemne, más llana y clara: «Al que le pica es porque ají come».

Los cubanos, desde luego, inventaron su centón de proverbios. De su dolorosa experiencia colonial y neocolonial, cuando mantuvieron un tuteo con la pobreza y la injusticia, y de sus luchas, que a veces se disolvieron en la frustración, fueron extrayendo una sabiduría expresada mediante la irreverencia, la picardía. Sabiduría defensiva, de resistencia, como nuestro humor. Samuel Feijóo, poeta de mística sensibilidad y folclorista de acucioso y apasionado amor por lo popular, recogió, entre 1956 y 1978, una enormidad de refranes esencialmente cubanos. Los halló en lo recóndito de una serranía, o en la abierta soledad de la costa, o en una ciudad o un caserío. Deambulando, con su paciencia y su ingenio, como un trashumante obrero de la cultura.

Este es uno: «Hasta que no pases el río no le mientes la madre al caimán». Otro: «Lo que a feo quiere, bonito le parece». Y más: «Lo que fácil se da, fácil se va»; «El perro tiene cuatro patas y coge un solo camino»; «Si el tambor suena es porque el cuero es bueno»; «No hay abeja que pique dos veces»; «Con dinero al jorobado la curva se le endereza»; «El egoísta es como la guataca, solo hala para él»; «En la casa del desnudo cualquier trapo es camisa»; «Cuando no hay pan, se come casabe»...

No ha de existir quien niegue la vigencia y la fortaleza vital de los refranes como suma de sapiencia popular o de  experiencia humana. Los yorubas dictaron: «El refrán es caballo de la conversación». Y lo asumo entendiendo que a su lomo cuanto se habla discurre más provechosamente.

Pero una cultura forjada, lactada, con refranes, permanece incompleta, endeble. Refranescos eran los conocimientos de Sancho Panza. Abro a la ventura el tomo segundo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y oigo a Sancho apostillar una frase de su señor: «En efecto, en efecto, más vale pájaro en mano que buitre volando». Podría Sancho acertar; mas se conoce cuánta diferencia había entre la dimensión espiritual del gordo escudero y la del escuálido Caballero, aunque algo se le fue pegando a Sancho por aquello de «Dime con quién andas y te diré quién eres». El propio Don Quijote admite más adelante que cada día su ayudante se iba haciendo «menos simple y más discreto».

A fin de cuentas, «El que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija». Y yo, a mi vez, termino sin decir dónde nacieron y cuántos son los refranes, porque el que se acuesta contando estrellas, amanece despierto mirando el cielo.

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