Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez es el nuevo Presidente de Cuba y la noticia, aún antes de ser refrendada por la Asamblea, convirtió su nombre en tendencia mundial en Twitter.
Lo que no podría contar ningún tuit es la emotiva trascendencia del acto, la significación del abrazo del líder de la generación histórica a quien ni siquiera era un proyecto de vida cuando él organizaba el más grande frente guerrillero en el oriente cubano.
Como tampoco podrían reducirse a cierta cantidad de caracteres, los méritos y la emoción del hombre, 29 años más joven, que le devuelve el abrazo con un respeto que lo ilumina.
Ha hecho bien la nueva Asamblea en abrirse a la señal en vivo de los medios, en todos sus actos, incluidos aquellos que antes transcurrían solo puertas adentro. Sus decisiones importan mucho. Y, aunque dure solo un instante, el abrazo de Raúl a Díaz-Canel, dice más que las breves biografías, sin matices humanos, por las que los diputados saldrán a votar minutos después.
Hay, antes, una callada expresión de grandeza en la humildad del jefe de Estado que termina su segundo mandato con el más alto reconocimiento de su pueblo y se comporta como el más sencillo diputado: de pie, mostrando el certificado a la oficial de sala, como si ella no supiera quién es. Luego vamos a enterarnos de que ni siquiera integrará el nuevo Consejo de Estado. Alguien hará notar que Fidel lo hizo igual. Y es cierto. Así se despiden los Castro, de los que tanto blasfeman sus adversarios.
Raúl, que conserva, por decisión del último Congreso del Partido, el cargo de Primer Secretario de la organización que nuclea a la vanguardia revolucionaria, abre, con la dejación voluntaria de la Presidencia, el camino a una imprescindible reforma de la Constitución, que refrende el ejercicio de compartir, más que dividir, responsabilidades políticas y gubernamentales.
Pero su decisión personal, voluntaria e irrevocable, no debe pasar inadvertida. Es preciso asomarse al mundo y anotar las diferencias. No hay aquí dos o más candidatos cruzándose invectivas y descalificaciones. No hay show de debates televisivos con encuestas al instante, que inclinen las simpatías hacia el que tenga más dinero y mejores asesores de imagen. No asistimos a una renuncia por presiones del exterior, impopularidad o sanción. Raúl se despide, pero no abandona. Desde la más alta responsabilidad política, está donde el pueblo y los nuevos gobernantes lo necesitan. Donde la historia lo puso.
Y con su abrazo a Díaz-Canel en el instante en que le nombran candidato para el cargo que solo dos históricos ocuparon antes, la continuidad se corporiza. (Tomado de Cubadebate)