Tengo que confesar que no conocía al ecuatoriano Carlos Bastidas. El único referente lo tuve de manos del sempiterno profesor Rafael Lechuga en las clases de Historia de la Prensa, ya hace más de diez años, en la santiaguera Universidad de Oriente. Fue él quien nos habló de la última huella sanguinaria del régimen batistiano en el cuerpo de un profesional de la prensa en Cuba.
Ahora también Ernesto Carmona —al frente de la Comisión Investigadora de Atentados a Periodistas (CIAP) de la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap)— nos actualiza de la muerte de 37 periodistas latinoamericanos en 2017, y parece una locura el número, pero es verdad.
Por si no bastara, el sitio web Cubaperiodistas se ha hecho eco de la muerte de Daphne Caruana Galizia, la misma que dirigió la investigación de los Papeles de Panamá y la presunta corrupción dentro de los círculos políticos en Malta. La periodista murió en octubre, sospechosamente, en un atentado con coche bomba.
Cuando uno conoce de los asesinatos en México y otros países por hacer periodismo responsable, entiende, por ejemplo, que hay un privilegio muy grande en no tener que sufrir el horror que significa el asesinato de un compañero o colega nuestro en Cuba. Hay un privilegio muy grande en saberse lejos de un balazo en la cabeza, como el que mató a Bastidas.
Nunca, desde que amaneció el año 1959, una bala ha segado la vida de un profesional de la prensa en mi país, que significa que ninguna familia de periodista ha tenido que llorar sobre su cadáver, por culpa del crimen, la barbarie o el abuso.
A sabiendas de esto, que es una verdad como un templo, el periodismo cubano tiene otros desvelos y cuentas que saldar. Mi preocupación no está en evadir los tiros coercitivos de esbirros o sicarios; mi temor no está en los gobiernos, mafias y carteles que encuentran en la denuncia periodística, el fin justiciero de sus marañas. Lo mío, como otros muchos jóvenes y viejos periodistas, es servirle a mi país de la mejor manera posible: con un periodismo para el que la verdad nunca sea una baja de guerra.
El periodismo cubano actual no lidia con balas. Sus escollos son otros, y pasan por la capacidad de adaptación a un contexto mediático muy diferente, bien diverso, incluso, fuera de lo institucional; la comprensión de que lo conocido no siempre aporta estabilidad ni es lo mejor, y de que el riesgo no está en lo novedoso o en lo diferente, sino en el desgano y el silencio; así como la necesidad de articular un modelo de prensa más funcional, consustancial a los cambios socioeconómicos que ocurren en nuestro país, en un contexto comunicacional que exige nuevos modos de contar nuestras historias.
Cada escollo es una nueva posibilidad de éxito si se apela a lo mejor que tiene Cuba, que es su gente. La pretensión es que todo cuanto se haga, se revierta en una mejor prensa, para que haya un parecido real entre la sociedad que somos y la sociedad que reflejamos en los medios.
Los jóvenes periodistas son imprescindibles en un escenario donde está en juego la credibilidad de la Revolución. Y hay muchas ganas de hacerlo bien, porque en mis alumnos de la Universidad veo muchachos con una idea fija: la de hacer periodismo verdadero, decir lo que nadie dice, enderezar el rumbo…
Para afrontar esos retos, contamos con los más viejos también. La mayoría de mis colegas son gente esforzada que ama a su país y que redacta cada día el difícil periódico de la cotidianidad, lo que es una gran fortaleza. Por suerte, ninguno de ellos se preocupa por una bala que lo mate. Todo el mundo sabe que está vivo, y por eso las metas no caducan, no se jubilan, siempre son más grandes.
Ahora se aproxima el 10mo. Congreso de la UPEC, sin asesinatos en sus filas, pero con muchos sueños por cumplir, con muchas ganas de revolucionar el ejercicio de la profesión. Frente a las masacres de otras latitudes, nuestras aspiraciones en el entorno profesional son enormes, pero logrables y profundamente humanas.
Cuba necesita de nosotros, de nuestra prensa, pero no de una prensa dada a la promoción y la propaganda, sino de una prensa analítica, cuestionadora, investigativa, seria y con rigor, que sirva para perfeccionar el sistema social cubano con tal de que no regresemos nunca a 1958.
Los que hacemos periodismo en Cuba estamos vivos, y esa es la primera condición para materializar cuanto soñamos: vivir para contarlo. Nadie aniquila eso en Cuba, porque por suerte, aquí, el derecho a la vida es el más humano de todos los derechos.
*Fragmentos de las palabras en el homenaje auspiciado por la UPEC a Carlos Bastidas y en saludo al Día Internacional de los Derechos Humanos, en la sede de la Asamblea Nacional.