A dónde van o a dónde nos llevan. Vistos como volumen nos conducen al final de los almanaques, pero un día tras otro son, en lo ético, lo político y lo económico, una suma o una resta sobre todo para rectificar lo fallido, o injusto, e impedir que se repita y nos sorprenda con su pertinacia.
Escribo estas obviedades y pienso en nuestra sociedad. Y me interrogo: qué nos están trayendo y qué se llevan… o no se llevan los días en su pasar. Ladeando la mirada, se aprecia que nuestra sociedad se renueva en su orden jurídico. Se estrenan leyes que procuran abrir canales con el propósito de fertilizar cierta aridez del trabajo, e implantar brazos y cabeza a los deseos de disecar la pobreza estancada. ¿Quién duda del empeño transformador de las leyes que han traído, cada una a su turno, oportunidades más generales, espacios más anchos?
De las leyes y sus intenciones, no dudo. Me inquieta, en cambio, que un día tras otro demoren demasiado en conseguir una evolución hacia una sociedad más próspera, abierta, afanosa, inteligente, útil.
Esa inquietud nos reclama reflexionar. Pensadores sutiles hacen recordar que en el socialismo la persona gramatical predominante es el nosotros. Y añaden, por el contrario, que el yo es el pronombre sustancial del capitalismo, cuyo orden vertical exalta el individualismo, el hombre sin cordialidad o sin solidaridad. Pero consideremos que el nosotros del socialismo no se define como un plural absoluto, de lisa redondez. Es una colectividad distribuida en yo, en tú, en él o ella. Porque el nosotros es un engranaje humano con voluntad, ideas, proyectos que se bifurcan en cada persona, cada familia, y que han de coincidir, o en algunos solo podrían coincidir, en los fines generales del conglomerado social.
Somos pueblo. Y cada uno de nosotros tiene dentro, coloreándola con creyones propios, una porción de la historia, de las necesidades y aspiraciones, incluso de los aciertos y errores de nuestra sociedad. A unos, ahora, la existencia les resulta un tanto más espléndida por la actualización económica, que sintonizó a Cuba con lo posible hoy, distinguiéndolo de lo posible mañana.
Sin embargo, aunque la fortuna, mediante el paulatino reacomodo de la sociedad, haya puesto su aguja en nuestro número, no nos libera de la obligación de que yo, o tú o él o ella, continuemos engarzados con la causa global del nosotros.
Urgimos, por tanto, de un examen reconstructivo en el interior de cada uno de los componentes del nosotros socialista, para que el riesgo más peliagudo y común no lo convierta en un plural fragmentado, cuyo destino equivaldría a la vuelta atrás. Tal como por instantes observamos en algunos aspectos de la conducta que el pueblo, en su capacidad tropológica, llama actitud de «nuevo rico». Precisemos. Si mi dinero, supongamos que honradamente ganado, cabe en bolsas o baúles, esa virtud de «varita milagrera» no me exime de respetar el orden jurídico, la equidad social, el derecho de mis compatriotas, la disciplina financiera y los precios razonables.
Porque si algunos hoy habitan en un confortable espacio propiciado por el dinero, deben pensar que, entre nosotros, la fortuna no podrá alejarnos de las bases empujándonos, por tanto, hacia el cráter de ese volcán que cuando en términos de desigualdades y abusos sociales se colma, humea como anunciando la erupción.
Visto así, en nuestra sociedad urge que la consciencia del yo, el tú, el él o ella se enriquezca de solidaridad y significaciones humanas del nosotros socialista. Y se ahonde sobre todo en quienes han de vivir al tanto de que el equilibrio en la distribución y acumulación de la riqueza no oscile sobre el vacío de las diferencias excesivas. Porque si las leyes han de reflexionarse y discutirse hasta prever lo más improbable de modo que evitemos la corrección temprana —causante posible de dudas y desconfianza—, precisamos también de la vigilancia que detecte y proscriba, con razón, sagacidad y rapidez, el desorden, cuando alguien se comporte como si regresara al «paraíso» de los muchos abajo y los pocos arriba. Es decir, al yo del capitalismo.
Ante el desorden previsible o comprobable, la historia cotidiana ha acumulado una cantera de experiencias y verdades para preservar la integridad del nosotros salvando los derechos de sus varios componentes. De modo que la principal lección política más evidente de un día tras otro se resume hoy en esta frase: Es inútil salir a escena cuando ya el telón vino abajo.