Hay artistas profesionales y aficionados. Existen también sociólogos formados en las universidades, insuficientes en número y poco utilizados en la práctica, junto a numerosos aficionados, observadores perspicaces del mundo que los rodea, favorecidos en su campo de estudio por la bien conocida exuberancia de los cubanos. Nuestra agitada vida cotidiana multiplica el agrupamiento espontáneo en colas, agromercados, almendrones y paradas de guaguas.
Tengo amigos que disfrutan acompañar su actividad cotidiana con el aguzamiento de la mirada crítica hacia el mundo que los rodea. El sociólogo aficionado merece ser escuchado, porque ofrece con su visión una medida de la temperatura ambiente. Constituye un prodigioso sistema capilar que percibe las inquietudes dominantes en el ambiente popular.
Expresión palpitante de las preocupaciones de las masas, los estados de opinión se convierten en verdades incontrovertibles. Se transmiten con extrema rapidez y determinan formas de comportamiento, actitudes, hasta llegar a la toma de decisiones con peso significativo en el presente y en el porvenir.
El desarrollo de la imaginación sociológica, con el apoyo de técnicas elementales de investigación, tiene que formar parte de la preparación de los periodistas. Para el lector avisado, la prensa ofrece algunos resquicios que revelan problemas presentes en nuestro entorno. La correspondencia recibida abre una ventanilla hacia la realidad. Una y otra vez reaparecen las gravitaciones de un pensar burocrático que perduran y se multiplican, aparentemente inconmovibles. Más allá de la insensibilidad de las personas, opera el debilitamiento del papel de la institución sujeta a indicadores cuantitativos que enmascaran la indispensable asunción de las responsabilidades que a cada una de ellas toca. El ciudadano que acude a las oficinas, con mucha frecuencia, reclama un derecho o demanda la rectificación de un error. Toca, por tanto, a la institución reparar los daños causados, que a veces vulneran los principios de la Revolución. La víctima del error no puede convertirse en peregrino desesperado, condenado a demoras infinitas. El Estado no es una entidad abstracta. Está representado, en términos concretos, por las oficinas establecidas en cada municipio.
Encuentro también terreno fértil para mi reflexión sociológica en la sección dedicada a las ofertas laborales de Tribuna de La Habana. Es la expresión de un microcosmos, porque sabido es que muchas otras son las vías de acceso al empleo. A pesar de sus limitaciones, la muestra es aleccionadora. Evidencia, por su reiteración, algunos de los vacíos que padecemos en la formación de recursos humanos, algo decisivo para el presente y el futuro de la nación.
El tema se sitúa en el centro de la actualidad cuando, en la proximidad del fin de curso, para muchos jóvenes llega la hora del pase de nivel y de la toma de una decisión que compromete su futuro. Las opciones, teóricamente, responden a la necesidad de la sociedad. Para definirlas, sin embargo, hay que tener en cuenta muchos factores. El rango de oportunidades no puede configurarse a partir del inmediatismo, porque la conclusión del ciclo elegido por vía del tecnológico o de una carrera universitaria, habrá de producirse en un mediano plazo. Presupone, por ello, la elaboración de proyectos de desarrollo conformados según esa perspectiva. Estamos, pues, en el punto de intersección entre los universos macroeconómicos y microsociales.
En la capital de la República, estamos transitando por los efectos inmediatos de la irrupción turística, aparejada al impulso de las pequeñas y medianas empresas vinculadas al sector. De ese impulso se deriva una demanda creciente en oficios relacionados con la construcción y el buen desempeño en el campo de los servicios.
Sin embargo, un desarrollo sostenible implica considerar la producción de bienes con alto valor agregado. La tecnología evoluciona a ritmo acelerado. Irá descartando con el tiempo las labores de baja calificación. Privilegiará el papel del conocimiento, aún más importante si tenemos en cuenta que algunos de nuestros logros más exitosos y rentables se deben al impulso otorgado a la biotecnología en años de extrema precariedad económica. También la Universidad de las Ciencias Informáticas surgió en una etapa en extremo difícil, pero garantizó especialistas para la demanda que se avecinaba en el terreno de la computación, una realidad previsible e inminente.
El desafío actual, volcado hacia la búsqueda de soluciones económicas apremiantes, requiere de la más alta calificación en el ejercicio profesional. La palanca fundamental se encuentra en los recursos humanos preparados para hacerse cargo de transformaciones que repercuten en el conjunto de la sociedad. De ese pueblo, integrado por todos y cada uno de nosotros, habrá de esperarse creatividad, iniciativa y apertura hacia la permanente recalificación. Porque el mundo se ha precipitado en una marcha a un ritmo en ascenso acelerado. En esa carrera el mañana se traga el día que transcurre en un abrir y cerrar de ojos. Las demandas de la cotidianidad son acuciantes. El cumplimiento de los planes interviene junto a la preservación del medio ambiente. El adiestramiento técnico se une a las exigencias de una formación de base, apta para incorporar nuevos conocimientos y habilidades, sin renunciar por ello al espacio concedido al desarrollo de la conciencia y la preservación de los valores éticos para garantizar la cohesión en el empeño colectivo y la defensa de una nación soberana.
La garantía para la continuidad del desarrollo de un país soñado y posible reside en los muchachos que hoy transitan por la secundaria y habrán de convertirse en los obreros, técnicos y profesionales responsables que ya requerimos con apremio. Esa fuerza juvenil tiene que proyectarse hacia el amplio horizonte dotado de múltiples opciones, incentivada por una adecuada remuneración y por el estímulo que nace de una plena realización personal.