Hoy me plagio a mí mismo. Me «fusilo», como en el argot periodístico llamamos a ese disparar sin reparos, para calcar el relato ajeno a pie juntillas. Solo me salva que reciclo mis propios juicios, los que, aclaro martianamente, a nadie los pedí prestados.
El 30 de agosto de 2014, con el título Subterránea y peligrosa, alerté en un comentario publicado aquí, sobre el perjuicio de la llamada economía sumergida, el imperio del mercado negro con su cada vez más hinchada bolsa, para el fin saneador del proceso de actualización de nuestro modelo económico, también en lo social y lo ético.
Y a más de dos años y medio de aquel alegato, pudiera reafirmar que el mercado informal, con su resaca distorsionadora, continúa rearticulándose en Cuba con fuerza inusitada. Y sus dinámicas parecieran retar a las de la economía oficial.
Todo el mundo lo conoce y el que menos lo ha rozado con alguna urgencia. Pero de eso «por la izquierda», sigue sin hablarse. Permanecen ausentes los análisis académicos del asunto, al menos públicamente. Y brillan, o más bien opacan por su ausencia, los pronunciamientos, las informaciones y estadísticas oficiales. Sigue siendo «un fenómeno tan lacerante en lo económico y lo moral, fermento de corrupción, delito económico y redes malsanas». Vuelvo a provocar: «¿Será que ya nos hemos resignado a coexistir con ese flagelo?».
La diferencia, con respecto al verano de 2014, es que de no visibilizársele, reconocérsele y diagnosticársele como tal, no conocemos cuál es hoy su gravitación en la economía cubana. Si se ha expandido o retraído, para obrar en consonancia.
Son muy variables y difíciles de precisar las estadísticas de la economía subterránea en cualquier sociedad; pero al menos nos llega, según el Informe Randstad Flexibility de 2014, que esta representaba el 31 por ciento del Producto Interno Bruto de Bulgaria, el 24 del de Grecia y el 21 del de Italia, entre otros ejemplos.
Y acá, no podemos sopesar hasta dónde el mercado negro, con sus desvíos y latrocinios, con sus circuitos paralelos y deformantes, está desangrando el propósito de crecimiento y desarrollo de nuestra economía, y postergando el bienestar de los cubanos.
Sigo pensando que sería injusto no reconocerle al proceso de actualización del modelo económico cubano, con su flexibilización, validación de espacios económicos antes proscritos, eliminación de viejas prohibiciones mercantiles y descentralización de potestades y autonomías ante el mercado, el propósito de crear antídotos eficaces contra la economía informal.
Pero el tiempo pasa y el escenario se diversifica y complejiza. La economía cubana crece a ritmos muy bajos, en medio de un bloqueo norteamericano perseverante y un mundo en crisis. Y al despertarnos cada día, la falta de liquidez y lo carencial siguen ahí, irradiando sobre las inacabadas transformaciones del modelo. Las dinámicas del sector no estatal desbordan a las del estatal. Y comienzan a acentuarse asimetrías y desequilibrios. Aun con todas las medidas para vindicar el trabajo y estimularlo por sus resultados, el salario estatal muestra todavía escaso poder movilizativo y vigorizante, salvo en determinados sectores pivotes del desarrollo.
Otros factores que dejan brechas a la economía subterránea son la sostenida insuficiencia de la oferta ante la demanda, que acorta el poder de maniobrabilidad del Estado en el mercado; la ausencia de un mercado mayorista para muchas actividades del sector no estatal, y la consiguiente gravitación de sus necesidades de insumos sobre el mercado minorista oficial, ya de por sí con precios muy altos en medio de una dualidad monetaria y cambiaria que establece referentes elevados para el resto de la economía, con los consecuentes encadenamientos inflacionarios. Si a todo ello le sumamos el latente flagelo del descontrol, el desvío y robo de recursos estatales, concluiremos en que aún hay muchas brechas de sobrevivencia en el mercado marginal.
A los economistas les toca el análisis de raíz del mal. A los decisores, la adopción de medidas estratégicas, saneadoras y efectivas para este. Y al periodista solo le queda alertar del peligro que representa para el socialismo cubano la consolidación de la economía subterránea, el auge del soborno, las redes articuladas del mercado negro, el voraz instinto de lograrlo todo, incluso en los servicios más sagrados de la sociedad, mediante «Poderoso caballero es Don Dinero». Cuidado con confiarnos en el automatismo de esas lacras, que nos pueden vaciar de todo: hasta de nuestro futuro.