Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando ser yo no lo es todo

Autor:

José Carlos Roque Vila

El que inventó los motivos nació un día cualquiera; en un sitio que no salía en muchos mapas, pero al que todos los medios de difusión le dedicaban un espacio. Vino al mundo con sueños por las rodillas, deseos por los codos y una realidad en la frente que pesaba más que su propio cuerpo y lo obligaba desde sus primeros pasos a andar mirando al camino, ese que aunque incierto se antojaba maravilloso para alguien premiado por las culpas de otros, que antes de su nacimiento pensaron un vasto mundo según sus propios deseos. Un mundo donde las guerras no eran solo con las armas en la mano, donde la libertad, según algunos, se compraba en una cadena de supermercados o venía con una etiqueta.

De tanto mirar se enamoró del camino y un buen día echó a andar. Por todos los lugares que pasaba lo miraban extrañados, algunos por ignorancia, otros por no querer reconocer una realidad que se hacía cada vez más grande e insoportable para quien la llevara a cuestas, una realidad que iba mas allá que la vida misma, inventada muchas veces en las oficinas de terceras personas que nunca se habían tomado la molestia de vivirla.

Siguiendo la línea que dibujaba el horizonte pasó por pueblos donde las marcas decían más que los nombres y el afán de consumo material dejaba en segundo plano a los sentimientos, sitios en los que conoció personas que tienen mucho, pero hacen poco y en cambio otras que hacen mucho y no tienen nada, que como fruto de su trabajo solo sacaban más necesidades y que aplacaban su sed con aspiraciones clasificadas en bodegas por el año de su entrada en vigor y su lugar de procedencia, con sueños sin cumplir, con deseos de crear y de amar, pero también deseos de comprar, de tener sin medida y de tratamientos y costumbres que prometían cambiar la esencia, aunque lo esencial siguiera siendo invisible.

Aprendió así que en la vida si solo haces lo que sabes hacer o lo que crees que estás destinado a hacer, nunca dejas de ser quien eres y tu vida transcurre por caminos intransitables que no llevan a ningún lado. Supo además de muchos que como él cargaban sus realidades en la frente y no miraban hacia abajo, sino que enamorados del camino andaban por la vida sin importarles que los estatutos de belleza nos enmarquen y a la vez nos empobrezcan el espíritu y que la moral y la decencia muchas veces tengan su precio y se disfracen de noches de placer y falsas convicciones del mal llamado Primer Mundo.

En su camino conoció que hay algunos que dicen mentiras bien dichas y en cambio hay otros que dicen verdades mal dichas, que en la vida el principio de la relatividad no se cumple para todos y que existen por la calle algunos seres que te miran por encima del hombro buscando en los lienzos que cubren tu humanidad algún Made in o alguna marca que sea compatible con su acervo importado, que demostraba que el nivel escolar y la cultura en los últimos tiempos no son compatibles o directamente proporcionales al bienestar económico.

Pasado algún tiempo, no diré cuánto porque las historias son largas pero se cuentan pronto, nuestro caminante sintió deseos de tener un lugar propio, un pedacito de mundo, y fue entonces que se dio cuenta de que el universo está dividido en derechas e izquierdas, que el Sol salía para todos aunque el calor es diferente en colas de bodega que en colas de aeropuerto y, sobre todo, aprendió que desde tiempos remotos han existido los hombres altos, los medianos y los bajitos; que los altos se sienten superiores por tener su cabeza más cerca del cielo, que los medianos se acostumbraron a vivir a la sombra y siempre albergan envidias por los altos y, sobre todo, que los bajitos trabajan para que los altos se sientan superiores y para que los medianos puedan sentir envidia.

Un día, no sé decir si bueno o malo, porque eso solo depende de quien lo vive, sin saber cómo ni cuándo, paró a descansar en un recodo del camino y apelando a su lado izquierdo, allí la encontró, primero un leve latido, casi imperceptible, luego una creciente agitación como de corceles desbocados. La había buscado toda la vida y en ese momento se sintió un hombre nuevo, pues la realidad que llevaba en su frente se hizo menos pesada. Había encontrado su verdad y ella lo enseñó a ver el mundo con otros ojos y a ser feliz, porque al final uno es más feliz cuanto más se acerca a lo que ha soñado de uno mismo.

Acompañado de su verdad decidió compartirla con otros y de ahí salieron estas líneas, que invitan a mirarnos por dentro y valorar lo que somos y lo que tenemos para mantener nuestro camino ante todas aquellas veredas disfrazadas de promesas.

Porque nuestra verdad nos ayuda a desprendernos de las pesadas cargas que representan todo aquello que nos es ajeno por convicción y nos enseña que hay veces que ser uno mismo no lo es todo, que no se puede tener tanto sintiendo tener nada, que las cosas más grandes terminan tan solo con un momento y que algo tan sencillo como un abrazo nos puede detener el mundo y nos hace arrepentirnos de haber hecho tanto, de haber conocido tanto y de haber deseado tanto.

Para que un día cualquiera en un sitio que no salga en muchos mapas, pero al que todos los medios de difusión le dediquen un espacio, venga al mundo otro caminante con sueños por las rodillas, deseos por los codos y una realidad en la frente que elija su camino y busque su verdad sin la ayuda de Google, fije la mirada en el horizonte... y eche a andar.

(*)Licenciado en Periodismo por la Universidad de Oriente en 2013. Residente en San Luis, Santiago de Cuba. Ganador del Primer Lugar en el Concurso El rasguño en la piedra

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