El alma de la patria se teje, cual artista cuya creación se eleva y toca hondo las fibras de la sensibilidad, de enlaces continuos e invisibles; esos que, provistos de una mística única, hacen nacer, en la propia creación del arte, la dignidad que rige el proceso de gestación, parto y formación de la obra.
Las revoluciones devienen obras de sus protagonistas; son procesos movidos por elementos catalizadores de la realidad económica, política, social y cultural de un grupo humano que enciende la llama de la esperanza, la que emana del trabajo consciente y por ende creador que transforma, revoluciona, cambia las cosas (con la intención muy clara de colocarlas o intentar hacerlo donde deben estar; dígase con sentido del momento histórico, objetividad y coherencia en el acto en sí que significa el cambio, si es revolucionario).
La patria cubana ha visto tejer su alma bajo el dolor infinito del yugo colonizador en varios momentos de su historia; ha sido desgarrador el tejido heroico del que se ha construido la nación o la porción de humanidad en que hemos nacido y vemos más de cerca; ha sido épico por la gran epopeya que se escribirá y de la que mucho hemos de hablar; ha sido revolucionario en esencia. Y dos nombres se inscriben en el parto heroico, dos artífices de la creación, dos padres de la obra hermosa y digna que es la Revolución Cubana: José Martí y Fidel Castro.
Qué privilegio para un pueblo tener dos hijos de tan sublime presencia, ambos símbolos de la patria cubana por la grandeza, altura ética trascendental y condición humana. El padre y el hijo, el maestro y el mejor de sus discípulos, garantes de la continuidad histórica, cual generaciones que empalman sus ideas, las hacen un solo haz, y con su luz mantienen viva la llama espiritual de la nación.
¿Y qué une a estos dos hombres que no se conocieron físicamente ni vivieron en el mismo tiempo? Uno pensaba en el otro cuando se despide de su hijo el 1ro. de abril de 1895 y en memorable carta le pide: sé justo; el otro, aun sin nacer, era elegido para realizar la justicia a la que había sido llamado.
Se sentó Fidel a Martí en su hombro izquierdo, bebió de su fuente inspiradora. Y como mismo el Apóstol convidó a distintas generaciones a luchar por la independencia de Cuba en los Pinos Nuevos, el Comandante de la verdad y las ideas no lo dejó morir en su centenario y siguió sus lecciones para asaltar el cielo de la libertad; convirtióse así Martí en el autor intelectual de la épica del 26 de julio. «Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro...», diría en el juicio del Moncada quien ya se había convertido en martiano, de pensamiento, acción y sentimiento, en los días luminosos de la universidad, quien logró interpretar en sus honduras y aplicar luego con su praxis revolucionaria, el pensamiento liberador de Martí.
El sentido del momento histórico de ambos los hace hombres de su tiempo, a la altura de su tiempo; por eso trascienden, por sus obras extraordinarias, humanas, por el carácter entero que mostraban, porque entendieron su tiempo, y sobre esa base condujeron la Revolución. El conocimiento de su pueblo, de las especificidades del país, de su historia, los distingue.
El pensar por sí es una de sus principales cualidades como revolucionarios: Martí abogaba por el ejercicio del criterio, pensar por sí deviene en rasgo medular de la dignidad humana, del culto a ella de manera plena; Fidel ha hecho del ejercicio del pensar un culto —como pedía el enlace entre ambos, Julio Antonio Mella—, ha sido siempre un ser pensante y no conducido.
En Martí y Fidel encontramos una condición humana impresionante, el humanismo que los define, los eleva y he ahí la elección que comparten: la de estar al lado de los pobres de la tierra, militar por la justicia social, amar la humanidad y luchar por su salvación. La idea de que un mundo mejor es posible encarnada en Fidel tiene su esencia en uno de los pilares del pensamiento martiano: el equilibrio del mundo. Sigue siéndolo hoy: vacilante y dudoso ese equilibrio bajo un orden insostenible en el mundo incapaz de dar solución a los ingentes problemas de la humanidad. Pero ambos, Martí y Fidel, son estandartes de una fe que emana del amor: la del mejoramiento humano y la utilidad de la virtud.
Amar a Cuba es desvelo en los dos; la patria, entendieron, necesita sacrificios. Una mirada a sus vidas nos lo muestra: el presidio que padecieron, el tiempo fuera de la patria, las incomprensiones sufridas, limitaciones personales, contradicciones con su propio tiempo; dos vidas terrenales fecundas, llenas de heroicidad.
Son Martí y Fidel ejemplos, sin sombra de duda alguna. Basta recorrer un solo episodio de sus vidas y seremos testigos de la aseveración. ¿Cómo no ser ejemplos si son artífices de la verdad?, ¿cómo no serlo cuando se elige el lado del deber y no aquel en que se vive mejor? Son verdaderos hombres, los más grandes hijos de Cuba.
Los une el espíritu de lucha por la Patria Grande, por la América nuestra, por las dolorosas tierras que ansían su segunda y definitiva independencia, que abogan por la unidad y la integración. El latinoamericanismo martiano y fidelista tiene un rasgo que lo distingue: es antimperialista. La lucha de Fidel contra el imperialismo nunca cesó; siempre le proporcionó duros golpes de ideas, de un pensamiento descolonizador y propio que aprendió de Martí. Forjó el Comandante en Jefe su antimperialismo en el mismo momento en que se hizo martiano y marxista; como el Maestro, entendió al monopolio como un gigante implacable que destruía a los pueblos.
Para los dos el ideal de justicia no se alcanza bajo criterios superficiales que solo buscan la exaltación por lo material o el egoísmo personal, sino en la fragua del ser, en sus valores y principios, en la convicción de tener mucho adentro y necesitar en consecuencia poco afuera. He ahí el alto valor a la cultura que le imprimen: «sin cultura no hay libertad posible», sentencia orientadora en la formación del hombre nuevo, del ser humano ética, cultural y espiritualmente superior. Nuestro Héroe Nacional lo expresó en su concepto: «ser culto es el único modo de ser libres»; la unidad de pensamiento entre Martí y Fidel deviene en sustancia natural que salva, redime, nos llena de fuerzas para avivar los sueños.
Y son esas mismas fuerzas las que han de continuar motivándonos a salir al camino redentor de la gran batalla de la humanidad, a luchar por nuestros sueños y esperanzas, a ser jóvenes a la altura del tiempo histórico, con conciencia revolucionaria, movidos por el entusiasmo necesario ante el drama terrible que significa enfrentar, recordando a Fidel, poderosas fuerzas dominantes; portando las banderas de la dignidad y el patriotismo con nuestras armas que son las ideas.
Dos nombres se inscriben en el parto heroico de la historia patria, dos paradigmas, dos ejemplos de extraordinario valor, sensibilidad y amor. Con ellos contamos los jóvenes; leerlos, hurgar en las raíces de su pensamiento, no dejarlos morir; es causa inspiradora de nuestra lucha.