En la Cuba de hoy cada coyuntura nueva requiere, generalmente, retos demasiado serios, para los cuales resulta inadmisible la distracción; cada escenario, en apariencias circunstancial, debe mirarse y deliberarse con el prisma objetivo del futuro.
Digo esto a raíz de la reciente rebaja de precios minoristas en pesos convertibles, una sabia medida cuya primera pretensión es empezar a elevar la capacidad adquisitiva de nuestra moneda nacional, enflaquecida durante mucho tiempo por razones ya manejadas y trilladas.
Y aunque la dimensión del «decreto» abarca a todos, se sabe que los más favorecidos son aquellos de bolsillos delgados, esos que necesitan calcular cada centavo para estirar el salario (o la chequera).
Por eso mismo me preocupó ver, apenas unas horas después de la rebaja, a ciertos personajes enfrascados en una galopada por el acaparamiento o en un forcejeo al estilo de «Quítate que voy», sin importarles qué adquirieron o no sus semejantes.
«El que venga atrás que se la arregle», le escuché decir en una tienda a un hombre inflado, con el bulto enorme de pesos en exhibición. Él, con distintos ardides, compró cinco cajas de aceite y siete de pollo. Y es probable que en la fecha siguiente haya hecho lo mismo.
¿Cuánta efectividad podrá tener la medida institucional si los más vulnerables monetariamente se marchan de las colas con las manos vacías porque algunos monopolizadores se llevaron los productos o si, al final, tienen que «morir» comprándoles a sobreprecio a los especuladores?
La pregunta nace de modo preventivo, porque cuando los precios tenían un valor mayor, varios practicaban la reventa, favorecida por la ausencia temporal en las tiendas de productos de primera necesidad. Ojalá con tarifas menores no exista un incremento del acopio desmedido, fenómeno contra el que se ha de luchar no solo con la constancia en el surtido.
Sé que entre los defensores a ultranzas del llamado mercado existen quienes propugnan que se venda todo cuanto desee una persona y que se aumente el abastecimiento superlativamente, como requisito sagrado para evitar los negocios especulativos.
Si bien es cierto que uno de los complejos desafíos de las autoridades comerciales está en mantener una línea ascendente en los suministros, también resulta incuestionable que el afán monopolizador de unos cuantos puede echar por tierra cualquier política de abasto. Y que cuando un grupo creciente de personas ejercita las maneras del buitre, se malogran empeños por edificar una nación civilizada que pretende la consabida prosperidad. Se trata de una actitud ante la vida, de anteponer la moderación a la rapacidad, sin caer en falsos puritanismos.
Tampoco ha de olvidarse que, aun en países donde prima la oferta y la demanda, constituyen delitos el acaparamiento y la reventa. ¿No deben combatirse en Cuba? ¿No ha de protegerse de algún modo a los que solo pueden comprar una cuota mínima de productos rebajados? ¿Le damos pista abierta al individualismo extremo? Las respuestas son obvias, pero no siempre lo evidente termina aterrizando en nuestro día a día.
En la vida real, necesitamos que nuestra moneda se vaya robusteciendo y algún día llegue —y no por arte de magia— la abundancia; pero también que la sociedad se vaya saneando de vicios, se mire en el necesario espejo de la decencia y la mesura, se sacuda de las avaricias, se haga mucho mejor.