Los aspirantes fueron muchos, los escogidos, unos pocos. Eran una representación de las capas menos favorecidas de lo que Fidel describió, en las circunstancias de la época, como pueblo cubano. Venían de zonas campesinas, obreras, algunos trabajaban en oficinas, otros tenían empleos precarios e inestables. Muchos habían sido privados de una enseñanza formal sistemática. Los profesionales se contaban con los dedos de una mano.
Sin embargo, no se asumían como víctimas pasivas de una sociedad injusta. Disponían de una cultura política, construida a partir de la concientización de los factores fundamentales determinantes del sistema de dominación prevaleciente. El duro aprendizaje se forjó en la experiencia de vida, en la atmósfera política que fue madurando desde la Revolución del ’30, aparentemente vencida con la instauración en 1934 del gobierno Caffery-Batista-Mendieta. Esta tradición contenía importante levadura social y antiimperialista. Más tarde, las luchas obreras alentadas por dirigentes comunistas de profundo arraigo proletario se conjugaron con la aparición de un ala juvenil radical en el Partido del Pueblo Cubano —Ortodoxo—, del cual procedían muchos futuros asaltantes.
Disponerse a la entrega de la vida junto a los escasísimos bienes familiares a favor de una causa redentora requería, en efecto, el desarrollo de un alto grado de conciencia, la capacidad de entender las coordenadas básicas del mundo en que se vivía y la emergencia de encender la chispa liberadora. Por ese motivo la preparación de los combatientes no se limitó al aprendizaje del manejo de las armas. Tuvo el respaldo del estudio sistemático de la historia patria y del pensamiento de José Martí. Un luchador revolucionario tiene que saber las razones de su sacrificio, la imperiosa necesidad de derrocar la dictadura y, sobre todo, el diseño del porvenir deseado.
El madrugonazo del 10 de marzo dejó estupefacto al pueblo cubano. Inermes, los representantes de la FEU intentaron sembrar en la colina universitaria un núcleo de resistencia. El presidente depuesto no les entregó las armas solicitadas. Se desencadenaba la crisis postergada en lo económico, lo social y lo político.
Los partidos legales fueron incapaces de encontrar salida adecuada. Se respiraba un clima de insatisfacción ante el horizonte cerrado. Algunos trataron de acomodarse a la situación. Otros, dispersos, se esforzaron por articular proyectos.
Fidel diseñó una estrategia. Acudió a los tribunales de justicia, aún sabiendo que sería una acción infructuosa.
El Moncada fue una acción militar y política. El alto costo en vidas no se produjo en combate. Fue obra de la vesania de los represores en el empeño por disuadir cualquier otro intento por derrocar la tiranía. Se equivocaban, porque en el plano político, el Moncada sembró la esperanza de una alternativa. Estremecidas, las primeras familias santiagueras mostraron su solidaridad. La admiración hacia aquellos jóvenes dispuestos a entregar sus vidas sin otra recompensa que la satisfacción por el deber cumplido, rescató valores. Y la bola de nieve fue creciendo con la derrota del escepticismo y de la pérdida de fe.
La visión política condujo el proceso hasta el triunfo de la Revolución. La cárcel fue tiempo de estudio y de construcción de redes. El programa del Moncada comenzó a circular para que todos supieran por qué y para qué se combatía. Abatir la dictadura era un primer paso para el rescate de la república mutilada, para el cumplimiento de las promesas postergadas, para el reconocimiento de nuestra dignidad como personas y como pueblo.
La palabra política procede etimológicamente de sociedad o, con más exactitud, en la antigua Atenas, de comunidad. Es el principio y el fin de todas las cosas, el espacio donde interactúan economía y cultura, el lugar de encuentro de los seres humanos que hacen la historia. Así lo entendieron los moncadistas, los expedicionarios del Granma, los luchadores clandestinos, los combatientes de Girón. Estos últimos ya habían tocado con las manos algunas conquistas de la Revolución: la reforma agraria y la reforma urbana, la extensión de los servicios médicos y educacionales. Ya entonces los milicianos se contaban por millares y los adolescentes manejaban los cuatro bocas. El Moncada nos enseñó que la perspectiva política es irrenunciable, clave movilizadora de las masas y garantía de la victoria verdadera.