El concepto de imaginario colectivo se ha generalizado en una etapa relativamente reciente. Se refiere a la visión popular acerca de algunos temas importantes, entre ellos a cómo nos vemos y cómo valoramos otras naciones. En el caso de Cuba, la sicóloga Carolina de la Torre indagó acerca de este tema en el contexto de una investigación más amplia sobre nuestra identidad cultural. Apreciaba entonces nuestro alto grado de autoestima considerando sobre todo el desarrollo educacional del país y cierta inteligencia natural matizada quizá por el tradicional componente de bichería. Mucho debía, a mi entender, ese autorreconocimiento optimista a la obra de la Revolución y al desempeño de su proyección internacional, en contraste con la imagen que nos habíamos formado a causa de la profunda decepción provocada por la intervención norteamericana, la imposición de la Enmienda Platt con sus derivados, el fatalismo geográfico y la dependencia política y económica.
La representación popular encarnaba en el Liborio de Torriente con su tristeza guajira, difundido en las páginas de La Política Cómica, aun más empequeñecido después, al adquirir el sobrenombre de Liborito.
La Editorial Ciencias Sociales ha publicado un enjundioso y revelador libro del historiador y catedrático de la Universidad de Carolina Lou A. Pérez. Cuba en el imaginario de los Estados Unidos es el resultado de un riguroso estudio revelador según el cual, desde la independencia de las trece colonias comenzó a fabricarse una construcción cultural conducente a forjar una imagen compartida de los Estado Unidos y de los restantes países. Al respecto, el autor se centra en el caso cubano. El análisis apuntala la imparable interdependencia entre la visión del destino propio y el de la isla. El imaginario colectivo norteamericano empezó a construirse a poco de la independencia de las trece colonias. Los discursos de los presidentes, congresistas, secretarios de Estado, los artículos de prensa, algunas obras literarias, espectáculos e imágenes simbólicas configuraron la visión de sí y de los restantes pueblos. Mitificada, la conquista del oeste devenía enfrentamiento entre el bien y el mal. De esa manera, el país se extendió del Atlántico al Pacífico y completó su territorio en esa dirección al apoderarse de gran parte de México. La incorporación de la Louisiana y la Florida lo situó en la cuenca del Golfo de México. Llave de este espacio marítimo, Cuba ocupaba una posición estratégica para el comercio con los cuatro puntos cardinales del Océano, mientras los estados sureños, sustentados en una economía de plantación esclavista, percibían su potencial convergencia de intereses con los sacarócratas cubanos.
El núcleo duro del concepto de destino manifiesto se encuentra en la autorrepresentación mesiánica incorporada al imaginario colectivo del pueblo norteamericano. Sus virtudes atribuidas conforman un modelo que, en razón de justicia, debe imponerse a otros para garantizar un mayor grado de seguridad. Concebido en términos absolutos, prescinde de las especificidades históricas y culturales del resto del mundo. En lo que se refiere a Cuba, hubo intentos fallidos por conseguir de España la cesión de la isla.
Paralelamente, a lo largo del siglo XIX, Cuba fue adquiriendo un peso creciente en el imaginario norteamericano. Los argumentos divulgados por fuentes de alta representatividad política se orientaban a justificar la necesidad de una intervención. Se adujeron motivos comerciales dada la posición estratégica de nuestro país, junto a supuestas teorías geológicas que nos unían a la península de la Florida. Más tarde, se añadieron motivos de seguridad nacional, argumento que se sigue aplicando en relación con nosotros y también con tantos lugares oscuros situados a enorme distancia de los Estados Unidos. La campaña adquirió mayor colorido en la medida en que la insurgencia cobraba fuerza entre nosotros. La opinión pública se iba preparando con fuerza creciente con vistas a lo que resultaría con la intervención en la guerra hispano-cubana-norteamericana.
Había llegado la hora de conmover, de sacudir los sentimientos populares, las ideas elaboradas por el raciocinio. No faltaron las posiciones despectivas respecto a un pueblo incapaz de librarse del opresor por sus propios medios. Esa tesis dejaba un rescoldo que alcanzaría expresiones más precisas, que afirmaba nuestra incapacidad para gobernarnos. Los horrores provocados por la reconcentración de Valeriano Weyler contribuyeron a despertar una auténtica simpatía en parte del pueblo norteamericano. La gráfica diseñada en la prensa multiplicó el impacto de las palabras. Cuba aparecía como una mujer indefensa en brazos de su vecino protector. Sería luego un bebé acogido por un gran hermano protector y, finalmente, un niño pequeño al que había que conducir de la mano.
De hecho, para España, la guerra de Cuba se había vuelto insostenible en lo económico y en lo militar cuando se produjo la explosión del Maine y sirvió de pretexto para la declaración de guerra de los Estados Unidos. Los mambises habían logrado la hazaña de invadir la isla de un extremo a otro. La presencia norteamericana se redujo al hundimiento de la flota al salir de la bahía de Santiago y al desembarco por Daiquirí bajo la protección de los cubanos.
Sin embargo, con este golpe, Cuba quedaba fuera del juego. Marginada del Tratado de París, desconocida como contendiente fundamental, no pudo siquiera reclamar de España la indemnización que le correspondía. El Gobierno interventor sustituyó al de la metrópoli, se disolvió el Ejército Libertador y se desplazó a Máximo Gómez. Todo listo para imponer la Enmienda Platt, reconocer el derecho de los Estados Unidos a intervenir en nuestros asuntos internos. Aún después de la abrogación de la Enmienda Platt, en 1934, permanecería hasta el presente la ocupación de la base naval de Guantánamo.
La excelente investigación de Lou A. Pérez relata una historia ejemplarizante. Sustentada en numerosas y pertinentes citas, acompañada de una muestra gráfica pone en evidencia el proceder mediante el cual el establishment construye un imaginario colectivo. Contribuye a entender el pasado. Pero, más aleccionadora aún ofrece claves para desmontar métodos que, con recursos inimaginables en el siglo XIX, intervienen en la actualidad. Persiste hoy la voluntad mesiánica para justificar intervenciones en cualquier sitio del planeta, validos con harta frecuencia de la amenaza a la seguridad de los Estados Unidos. La publicación del libro es un acierto editorial.