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Diego, filósofo popular

Autor:

Kaloian Santos Cabrera

Diego Armando Maradona, durante su retiro oficial en 2001, al referirse a su amor y fidelidad incondicional hacia la más seria de las pasiones deportivas, expresó entre lágrimas: «El fútbol es el deporte más lindo y sano que existe en el mundo. Eso no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha».

Esta frase es una de las tantas imperdibles alocuciones maradonianas, tan superlativas como sus goles. Porque Diego, que creció «en un barrio privado de Buenos Aires… Privado de agua, de luz y de teléfono» —como ironizó en una entrevista al rememorar su niñez—, que se convirtió para muchos en el más grande futbolista de todos los tiempos y sin medias tintas hoy es idolatrado o muy criticado, es asimismo una especie de filósofo popular. Muchas de sus expresiones son recordadas tanto como sus gambetas y algunas hasta forman parte del lenguaje popular argentino.

La más universal es sin dudas «La mano de Dios». Para los argentinos aquel par de goles que «el Diez» les hizo a los ingleses (el primero con la mano simulando un cabezazo y el segundo el mejor gol de la historia) en el partido de cuartos de final del Mundial de México 1986, representa simbólicamente un desquite tras la derrota militar sufrida en 1982 en la guerra por la recuperación de las Islas Malvinas (territorio argentino usurpado por el Reino Unido). ¿Cómo definiría su autor ese primer tanto «picardioso»?

«¿El primer gol a Inglaterra? Fue la mano de Dios. Les ofrezco mil disculpas a los ingleses, de verdad, pero volvería a hacerlo una y mil veces. Les robé la billetera sin que se dieran cuenta, sin que pestañearan».

También un escenario mundialista, el de Estados Unidos 1994, fue otro momento histórico para «el «Pelusa». Sin embargo este sería un triste capítulo en su carrera. Fue el lugar donde quizá le cobraron al contado sus irreverencias tras dar positivo en un dudoso antidoping. Sobre el hecho, en una conferencia de prensa, abatido, Maradona disparó una de las oraciones más recordadas en el mundo del fútbol: «No quiero dramatizar, pero créeme que me cortaron las piernas».

A propósito de sus adicciones, postilla donde le han pegado hasta el hartazgo, desde los medios de comunicación que se creen dueños de la vida de los personajes populares y famosos, hasta los sectores que señalan con el dedo hipócritamente, Diego en una entrevista, al hacer un resumen de su carrera deportiva, hizo un mea culpa: «Estamos bendecidos por el barba. Gracias a Dios, le pudimos dar a la gente sonrisas y alegría. Y yo les di ventaja, con mi enfermedad, les di ventaja».

Con sus virtudes y defectos, el astro argentino nunca pudo ser moldeado por la máquina de poder que ha convertido a un deporte hermoso como el fútbol en uno de los negocios más rentables del mundo. Es por ello que a los tecnócratas que, paradójicamente, le exigen un comportamiento de vicario de Cristo, nunca les gustó que fuera «desobediente».

«Me sacaron de Fiorito, me llevaron a la Torre Eiffel y querían que hablara como Galeano», resumió sobre el salto vertiginoso que experimentó al ir de la penuria a la fama en una sociedad donde por el hecho de ser pobre eres excluido. A propósito el escritor uruguayo, en una crónica publicada en su libro El fútbol a sol y sombra, escribió sobre él:

«Al fin y al cabo, juzgarlo era fácil, y era fácil condenarlo, pero no resultaba tan fácil olvidar que Maradona venía cometiendo desde hacía años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el Pequeño Larousse Ilustrado, significa “con la izquierda” y también significa “al contrario de como se debe hacer”».

No pocas críticas suscitó su abierta e incondicional amistad con Fidel desde los tiempos en que el neoliberalismo ahogaba a Latinoamérica y muchos gobernantes le daban la espalda a Cuba. «A Fidel es el único tipo que yo respeto, como político, porque él se jugó la vida por su pueblo», manifestó en una oportunidad al tiempo que disparó socarronamente: «Los yanquis lo han querido matar cada día y medio, pero no han podido. Cada vez que lo mató la CNN, lo llamé y me atendió».

A Diego millones de hinchas lo convirtieron en su D10S. Mas nunca le pidieron milagros. De carne y hueso, salido del barro, a fuerza de talento e iluminado por sus virtudes y arrastrando sus sombras, contra viento y marea retribuyó ese amor cuanto pudo con gambetas, goles, rebeldía y disculpas.

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