Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Filtraciones comunes?

Autor:

Susana Gómes Bugallo

Cuando se habla de este tema parece que hay tantos detractores y defensores como si se tratara de la complicada relación de la afición cubana por el equipo Industriales. De un lado se sitúan quienes ponderan sus ventajas y descartan posibles remordimientos éticos, y al otro extremo van los que condenan sin reparos esa manía que al parecer pretende instalarse en varios espacios de la sociedad: la filtración.

Y me refiero a esta práctica sin intentar caer en debate en lo que al espacio académico concierne, porque ya bastante se ha conversado sobre las lamentables situaciones que en el escenario estudiantil han tenido lugar.

Esta vez pretendo dirigir mis palabras a otras situaciones que vulneran los límites entre lo privado y lo público, lo propio y lo ajeno, lo social y lo personal, sin que los responsables se detengan a pensar en las consecuencias más allá de esas conductas irresponsables que se apartan de la ética laboral para ir a parar al dudoso terreno de lo que puede ser del dominio popular y lo que no.

Cada vez llegan más mensajes o llamadas a los celulares sin que sepamos quién está del otro lado de la línea. Y ello no sorprende o molesta porque quien inicia la conversación no nos conozca en lo absoluto, sino porque no hay un medio posible de que esa persona haya llegado a una información tan personal como el número del móvil, que no sea a través de una filtración.

¿Quién no desea tener o tiene ya entre sus posesiones informativas la Base de Datos de Etecsa? Cada vez se hace más común que cualquier conocido se nos acerque para brindarnos su adquisición arguyendo la utilidad de manejar datos personales de los usuarios de la telefonía celular. Y, por supuesto, pocos se niegan. Porque nadie discute que sea atractiva la posibilidad de conocer hasta los dos apellidos, dirección particular y fecha de cumpleaños de quien timbró en una ocasión a nuestro dispositivo móvil.

Pero ¿hasta dónde llega lo soportable y permisible en cuanto a la violación de la privacidad de quienes recibimos contactos desconocidos por parte de aquellos avezados que introdujeron nuestro nombre en la «sabia» aplicación para llegar directamente a nosotros? ¿No constituye una violación de la privacidad que hoy todos accedan a los datos personales que se entregan cuando se realiza el contrato para la adquisición de la línea móvil?

Cambiemos de escenario por un momento. Vayamos al mundo del arte. Quienes han tenido la posibilidad de navegar por las redes digitales en días recientes han conocido la historia detrás del aplaudido filme Vestido de Novia.

Si bien dentro de la programación del pasado Festival de Cine Latinoamericano la cinta se exhibió en varias ocasiones antes de su presentación general para las salas oscuras, que tuvo lugar el pasado jueves, unos días después de finalizado el certamen se fue corriendo la voz de que la cinta ya estaba en la calle. Y de una memoria a la otra viajó esta producción que ni siquiera contaba con los detalles finales de realización.

Su directora, Marilyn Solaya, refirió la tensión vivida durante el evento para lograr que la película se mantuviera a salvo de quienes irresponsablemente parecen estar siempre a la caza del «material fresco» para difundirlo. Sin embargo, tantos esfuerzos resultaron infructuosos cuando desde los propios laboratorios de postproducción parece haberse escapado el producto que tanto tiempo y esfuerzo costó a realizadores y actores, quienes ahora podrían tener que resignarse a los cines tal vez medio vacíos, en el estreno de Vestido de Novia.

Otra historia, otra modalidad de filtración. ¿Acaso son menores los costos? ¿Deben violentarse de ese modo los límites entre lo privado y lo público? ¿Quién decide difundir lo ajeno sin que tenga consecuencias? ¿Acaso desaparece la protección para la información y la propiedad personal e intelectual?

Las leyes son claras en cuanto a este tipo de situaciones. Pero para aplicarlas deben comenzar por reconocerse estas prácticas como delitos. Y no dejarlas pasar como filtraciones que inexplicablemente se vuelven cada vez más comunes.

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