Me pregonó sin licencia su vanidad: «“Chama”, tengo buenos zapatos, pantalones y gafas». Fue un chantaje emocional a mis jeans «de las tres guerras». Casi se me arruga de la vergüenza. Debía haberlo encarado con argumentos, pero «debía» es solo eso, una posibilidad. Es que mis argumentos eran ideológicos y no materiales. Le hubiese generado un ruido, y un comunicador que se respete, ya saben…
Además, por mayor que fuese mi esfuerzo en localizar códigos comunes, jamás comprendería el principio de distribución socialista. Miré hacia el cielo y con buena fe le susurré en ideas altas a mi marxista interno: «A cada cual según su trabajo, a cada cual según su picardía».
Mi indiferencia generó una respuesta. Esta vez fue mucho más gentil. ¡Qué digo gentil!, esta vez fue mucho más persuasivo: «“Chama”, vamos allí pa’que encuentres lo que estás buscando». Le dije que eso era imposible, pero esta gente se coge lo del marketing muy a pecho. A tanta insistencia cambié de modo pasivo al de «jodedor» y le comenté: Busco unos jeans en 3B, ¿lo tienes?. Consultó al gerente de ventas en una oscura oficina, en un oscuro mercado, y me ripostó: «“Chama”, ese modelo no nos ha entrado todavía».
Esposé la carcajada lo más que pude y un «ah, bueno» fue la despedida (la venganza es dulce y no produce caries). Recordé mis tiempos de uniforme y con el gesto del brazo incluido, me dije: ¡Yes! Lo había vencido. Controlé su asedio. Manipulé su estrategia incisiva de obligar a la compra.
Pero ellos son trabajadores «ecológicos». Tienen puestos de venta frente a cada tienda: al aire libre y al libre albedrío. Pertenecen al mal llamado «mercado negro», que cada vez es más fosforescente. Andan por ahí acosando al transeúnte con soluciones prácticas para cada problema y todos sus artículos son una «ganga», todos son de «afuera», «del lugar». Dicen que les temen a Rubiera y a la humedad de sus partes meteorológicos. Al parecer es verdad. Los he visto correr a la voz de «¡agua!»…
Están organizados por «departamentos». El «chama» que me interpeló pertenece al de Confecciones y Peletería. El idioma de intercambio que usa debe superar los 25 «caracteres» (CUC), si no, no nos entendemos. Otro grupo se dedica a la Bolsa de Valores y con sus «acciones» interrumpen las colas en las Cadecas para comprar y revender «chavitos». Aunque se han internacionalizado y lo mismo te hablan de libras esterlinas que del yen japonés.
Algunos creen que son «un mal necesario». Quizá porque al final resuelven el problema, aunque el precio sea más denso, un precio al que nosotros le hemos dado ese tamaño.
La culpa no la tiene nadie. Eso dice la canción. Debe de andar escondida en la intermitencia del abastecimiento que no satisface la demanda, en el desvío diestro y siniestro de los productos, en la falta de calidad y estética que ha generado tanto despegue en la industria nacional de calzado, en los precios alquimistas de algunas mercancías. Por ahí está la cosa.
Mientras tanto, ellos se «nutren» de nosotros, y viceversa. Es una relación compleja, pero relación al fin. Nos queda luchar contra sus persecuciones, evadir sus respuestas para todo. Se les puede vencer —ojalá lo hiciéramos todos— aunque sea como yo, desde la teoría. Por eso lo disfruté tanto y quizá por eso duró tan poco.
Había sido una jornada feliz, hasta el momento. Nada parecía desestimular mi victoria, hasta el momento. Una guagua se acercaba. Era la ruta que esperaba, y era la única guagua de la ruta que esperaba. Debía subir o subir. Mi estrategia era la de otros 30. Lo logré por los pelos. Si la puerta se abría la ley de inercia haría de las suyas conmigo. No podía moverme. Comprobé la permanencia de mi cartera y dejé de sonreír. Los jeans, mis jeans, se habían roto en la embestida. Rebobiné los sucesos del día y susurré: «Ñoooo, ahora sí necesito unos jeans en 3B: bueno, bonito y barato».