Hay comunidades rurales del país que parecerían estar en tierra de nadie, sujetas a la voluntad de los «elementos». Un guajiro que conocí por estos días en las sabanas del Camagüey lo grafica con purísima gracia criolla: A estas «burunelas» ya no pueden entrar ni los rayos…
El tema es tan sensible y de expansiones tan serias que disparó la polémica en las comisiones parlamentarias durante la última sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
¿Quién resuelve el problema de las comunidades vinculadas al Minaz y el Minagri: las entidades o el Gobierno local? La pregunta abrió su «hueco» en los debates del máximo órgano de Gobierno, y no precisamente para que le echaran tierra y la sepultaran en el olvido, porque hacerlo no sería precisamente una decisión feliz.
Si un espacio del archipiélago recibió con más rudeza los golpes de los «derrumbes» del socialismo esteuropeo y soviético, y las consecuencias padecidas en estos años, fueron precisamente los rurales; esos escenarios que, como dije aquí, se levantaron tras el Enero simbólico de la historia nacional plenos de energía, y ahora hay que devolvérsela, porque son decisivos para los destinos del país.
El campo cubano para salir del marasmo necesita una «completa», como esos suculentos platos criollos donde te lo sirven todo, todito, todo… como para dejarte lo más satisfecho.
La actualización económica abierta por el VI Congreso del Partido dictó numerosas medidas para favorecer el restablecimiento del agro cubano, entre estas la entrega de tierras en usufructo, la venta liberada a precios sin subsidios de productos y enseres, las 17 medidas para liberar de ataduras a las UBPC y la flexibilización de los objetos sociales de las cooperativas, aunque del Parlamento a los montes y bateyes, y viceversa la pregunta que queda en el aire es si con todo lo anterior basta.
Algo de estas decisiones, y que es preciso ir corrigiendo dentro de las posibilidades, es que apuntan no pocas veces como medidas aisladas, puestas más en función de incentivar las producciones que de un programa integral de desarrollo que no olvide el factor humano, el bienestar del actor mismo de las transformaciones, sin lo cual, por demás, ninguna evolución agraria sería verdaderamente sólida y perdurable.
Algunas de esas decisiones han tenido corrección. Ejemplo de ello fue la sustitución del Decreto-Ley 259 por el 300, que cambió la limitación de que los usufructuarios pudieran levantar viviendas y otras bienechurías, lo cual casi era un absurdo; solo que ello es únicamente el comienzo de lo que se requiere.
Nadie podría ignorar que los recursos son escasos en una economía que busca sortear la crisis en medio de un reajuste estructural, por lo que sería ilusorio aferrarse ahora al añejo sueño de equiparar el campo a la ciudad, pero debemos tener cuidado de que algunas de las correcciones emprendidas en materia social atenten contra un verdadero y profundo proyecto de redimensionamiento agrario.
Para no ser tan ambicioso en la situación actual, quien pasa por algunos de esos lugares se pregunta si al menos una motoniveladora, con alguna cantidad de balastre, no pudiera recuperar los lugares más críticos, corregir las zanjas y aplanar los caminos, ofrecer algún nivel adecuado de accesibilidad, para que esos terraplenes no semejen una profanación al sueño de devolver amor y vitalidad a la tierra. Además, si de cuentas se trata, en mejores caminos se juntan mejor vida con más eficiente economía.
En la misma provincia de Camagüey, comunidades rurales que en los años 80 —en la llamada «década prodigiosa» de la Revolución— tenían tres entradas diarias de la guarandinga, ahora no les llega nunca, y a otras solo lo hace alguna que otra vez por semana, por hablar de uno de los servicios públicos vitales prácticamente desaparecidos.
En agricultura, como en todo, sostuvo el Apóstol de nuestra independencia, preparar bien ahorra tiempo, desengaños y riesgos. Y Martí situaba al campo entre los centros de la existencia material y espiritual de Cuba.
Así que no perdamos de vista que desde simples deformaciones viales, u otros «hoyos» visibles o invisibles que no pocas veces impiden moverse por determinados caminos rurales, entre otras plenitudes, pueden observarse otras complejas profundidades.