Quines visiten el Mausoleo erigido a los héroes del Segundo Frente Oriental Frank País García, en la provincia de Santiago de Cuba, divisarán un singular espacio que contrasta con el resto del lugar: donde reposan las cenizas de Antonio Esteve Ródenas, más conocido como Gades.
El 20 de julio de 2014 se cumplió una década de la muerte de este fiel amigo de Cuba. Antes de fallecer, escribió con su puño y letra una conmovedora carta a Raúl Castro Ruz, donde dejaba expresa su última voluntad: que sus restos mortales reposaran en nuestra Isla.
Por cómo pensaba el querido baila’or español, es fácil imaginar que si hubiera conocido el sitio elegido para hacer cumplir su última voluntad, se habría llevado la emoción más profunda. Porque si alguien conocía todo el simbolismo que entraña para los cubanos un espacio como el Segundo Frente Oriental, ese era él.
Lo primero que resalta en el complejo escultórico dedicado a la memoria de Antonio Gades son dos botas de mármol negro, muy pulidas y lustrosas. Tan bien esculpidas están, que parecen tener las auténticas arrugas del calzado; y hasta dan la impresión de tener vida y estar animadas por la fuerza del taconeo en el baile flamenco.
Parecen zapatear las botas sobre una plataforma en forma de cuchara de albañilería —hecha de mármoles rosados de Alicante, lugar donde nació el baila’or—. Esa imagen alude al origen humilde de Gades, pues su padre fue constructor.
En la parte posterior del sitio destinado al homenaje, una jardinera donde crecen flores rojas y amarillas representa los colores de la bandera española. Delante de la misma, una penca caída de palma real, descolorida, sin vida, nos recuerda la muerte prematura del camarada.
Al centro de todos esos motivos reposan las cenizas de Antonio Gades. Permanecen dentro de un tocón que encarna a la palma real con sus pequeñas y valiosas raíces nutridas y aferradas a la tierra cubana. Sobre ese tronco cortado, una tarja muestra las palabras pronunciadas por Gades el 5 de junio de 2004, cuando recibió de manos de Fidel la Orden José Martí: «Nunca me sentí un artista, sino un simple miliciano, vestido de verde olivo, con un fusil en la mano para dónde, cómo y cuándo siempre estar a sus órdenes».
Antonio Gades no fue solo un baila’or de esencia andaluza que se nutrió de la tradición obrera, que conquistó los más exigentes escenarios, que se vinculó a través de la cultura con nuestro país y que fue capaz de llevar el flamenco —baile de clase con conciencia— hasta el más alto nivel de la cultura universal. También fue un enamorado de la mar —la llamaba así porque la veía como a una mujer—; y eso explica que haya decidido atravesar el océano Atlántico a finales de 2003, en un pequeño velero de tan solo 17 metros de eslora (longitud del barco).
La nave era como su David frente al gigante Goliat. La bautizó como Luar-040, en honor a dos de sus grandes amigos: Luar, por su compadre Raúl Castro (nombre leído al revés), y 040 por su otro compadre Colomé.
Partió desde el puerto de Altea, España, y durante esta travesía, ya tocado mortalmente por el cáncer, desafió tempestades que causaron roturas en las velas. Sorteó un caprichoso ciclón —el Odette— que desde hacía mucho tiempo no se formaba en el área del Caribe para esa época del año; vivió intensos frentes fríos, y finalmente, cuando surcaba los mares al norte de La Española, se encaró con valentía a las intimidaciones de un guardacostas norteamericano que no pudo con aquel pequeño David.
El 28 de diciembre de 2003 llegaba Gades a la bahía de La Habana, poco antes de cumplir dos meses de navegación junto a dos marineros alicantinos y un médico cubano. Con este viaje Gades le ratificaba a todos que Cuba era «el puerto de su vida», porque en esta Isla encontró la mejor manera de mostrar su valía como hombre de compromiso y dignidad, como amigo, como combatiente leal y defensor de las causas justas, como comunista e internacionalista.
Se sabe que el día en que le impusieron la Orden José Martí a Gades, Fidel le daba ánimos, y le dijo que lo esperaba para la celebración del 26 de Julio. Físicamente no pudo estar, pero cumplió: sus ideas han estado presentes en las mejores causas, batallas y celebraciones de los cubanos.
El complejo escultórico al amigo fiel está ubicado casi al frente, y a escasos metros, de una roca muy especial donde reposan las cenizas de nuestra querida Vilma Espín. Estar en el lugar hace sentir que Gades, a diez años de su muerte, aún baila y lo seguirá haciendo sin cansancio, como si actuara por la vida, por amor, por nuestros héroes y mártires, por la Revolución. Esa es la esencia que emana de su ejemplo a través de la llama que fulgura en el mausoleo. El lugar es destino bien merecido para él junto a los combatientes del Segundo Frente Oriental Frank País García, y es huella palpable de cómo Gades tiene para sí uno de los espacios más valiosos de los que pudo haber imaginado: el corazón de los cubanos.