Claro que brindo por Cuba. La salud que nos deseamos los hijos de esta tierra para el nuevo año, la ansío para nuestra tensa y aún maltrecha economía. Al menos, la mayor salud posible, con mayor profilaxis y menos errores, cuando entramos en el período decisivo y más complejo de la transformación y actualización de nuestro modelo socialista.
La paradoja es que el brindis-país tiene que ser muy realista, y a la vez arrestado en sus propósitos. Desmenuzaré la paradoja: cautelosos, y con los pies en la tierra, alcemos copas sin marearnos mucho porque, de acuerdo con los resultados del 2013, y los pronósticos para el 2014, el problema vital de nuestra economía, sin desdorar el bloqueo yanqui y los reductores efectos de la crisis económica internacional, sigue siendo el bajo crecimiento de la criatura.
Esa insuficiente expansión, que no alcanzó el pronóstico de 2013, y este 2014 se propone un 2,2, está condicionada por la disminución de los ingresos en divisas, el plasma sanguíneo de toda economía. En ello se entrecruzan factores imponderables, como la caída de los precios en rubros exportables como el níquel y el azúcar, y la disminución del arribo de turistas foráneos, espantados por sus propias expectativas ante la crisis global. Al propio tiempo, se encarecen los productos que importamos, que son bastantes: algo así como un suplemento nutricional fatídico para nuestras finanzas externas.
Pero siguen menguando también la «talla» de nuestra economía, problemas «de conducta» del sujeto histórico de la misma, que nada tienen que ver con las elevadas «fiebres» de la aldea global, y sí con las secuelas de viejos diseños. Las pertinaces deficiencias del proceso inversionista, tanto en sus aspectos de planificación y ejecución como en sus garantes de concertación a tiempo, fiscalización, suministros e integralidad, lastran e inmovilizan recursos preciados, a más de los que se dilapidan por falta de control.
La indisciplina contractual y todos los inhibitorios encadenamientos que ella desata en la economía estatal, los problemas de planificación, las inoperancias en la utilización a tiempo y con eficacia de la política crediticia, el bajo peso de la industria manufacturera y la aún insuficiente y baldada agricultura, también son dolencias que, aunque van atenuándose en el cuerpo de la economía, todavía generan muchos padecimientos sistémicos.
Lo más preocupante, y por lo cual hago votos en este tránsito de años, es que se reduzcan lo más posible los fenómenos de corrupción y delito económico, que constituyen una sangría de millonarios recursos, y de valores éticos difíciles de recuperar, también, para el socialismo cubano. Sobre todo, que se resuelvan más que con operaciones policiales necesarias, con tratamientos preventivos, yendo a la raíz de asunto tan peliagudo y comprometedor.
Al propio tiempo, no se observa en lo inmediato ninguna posibilidad de que se revierta la tendencia de elevados precios en el mercado minorista incluidos los alimentos, tanto en CUC como en CUP, y de igual manera en los sectores estatal y no estatal; lo cual, unido a la disminución del peso de la libreta de productos racionados en la alimentación, hace más compleja la situación.
Al final, entre lo inevitable y lo atendible, la salud de una economía se expresa en su capacidad de crear cada vez más nuevos valores. El cubano promedio no requiere de una maestría para percatarse de que, en circunstancias internacionales tan adversas, hay que explorar las intocadas reservas de eficiencia que dormitan entre nosotros, dilapidan bienes, engrosan sobregastos, tensionan aún más nuestra cartera exterior y nos hacen más pobres de recursos… y de alma.
Precisamente, el proceso de actualización económica hacia un modelo socialista descentralizado, con diversidad de formas de propiedad y de gestión, está apenas sentando las bases de un cambio cualitativamente raigal en nuestra economía, que nos lleve, de simples administradores de las crisis, a proyectarnos hacia un socialismo autosustentable y próspero.
Muchos de los problemas subjetivos que aún arrastramos, y ante los cuales se proyectan estratégicamente los Lineamientos Económicos y Sociales del Partido y la Revolución, tienen que ver con trabas estructurales y de diseño de la economía y sus ramazones burocráticas, que han extraviado factores que son piedra de toque: el sentido de pertenencia y la motivación, el estímulo ante los resultados de la gestión de producción o servicios. El llegar a ser dueños verdaderamente y no dueños de todo y de nada. El vivir y sentir cada quien acorde con sus resultados: país, territorio, empresa, trabajador. El rescatar la tan magullada ley de distribución socialista en el sector estatal.
Mientras creamos las bases para el vuelco, este 2014 será el comienzo de la liberación de trabas a la empresa estatal socialista para que sea seductora, pródiga y feliz por sí misma; y se salpique con el fruto de su sudor. Y será también el inicio de la sanación que hará desaparecer gradualmente ese injerto de la dualidad monetaria que, si bien nos salvó en determinado momento, tantos dolores e incompatibilidades ha traído al tejido económico social.
Por todo ello es que también el brindis-país por nuestra economía socialista tiene que ser, a la vez, arrestado en sus propósitos de enfrentar las grandes trabas subjetivas, tropiezos y retrancas que nos están impidiendo avanzar en la actualización del modelo.
El compromiso es solo con Cuba y su futuro. No podemos esperar a tener rediseñados todos los mecanismos de nuestra economía para entonces comenzar a poner orden en casa. No podemos seguir haciendo autopsias, y reciclando personas, sino que lo importante es sustituir definitivamente lo que no nos deja avanzar. Así, únicamente, soy optimista. Crecer más o crecer más, sin otra alternativa. Y claro que brindo por Cuba.