La verdad, monda y lironda, es que se trata de uno de los mayores abusos de poder conocidos en la historia de la humanidad. Porque el espionaje es un mal o un método entronizado desde tiempos inmemoriales para detectar lo que el «enemigo» puede estar haciendo; pero someter a todos, A TODOS, a la vigilancia permanente, edificar una sociedad manipulada o controlada hasta el grado supremo, era algo que solo estaba contemplado —o avizorado— en los demonios de la imaginación expresados en las novelas-ensayos de Ray Bradbury o de George Orwell.
La vigilancia también es evidencia de los temores, recelos, prejuicios, desconfianzas y cobardías del imperio, escondidos bajo su manto de prepotencia, de su dominio y fuerza… y para la cual argumenta que está protegiendo a sus ciudadanos de los peligros del terrorismo, cuando en realidad los somete a un escrutinio total y hace del mundo el paraíso del control absoluto y del espionaje.
Los terrícolas, como en el cuento El Transeúnte (The Pedestrian) y la novela Fahrenheit 451 de Bradbury, están destinados a quedarse encerrados en casa, viendo la televisión, embobecidos con sus mensajes y, ahora, «conversando» con el vecino de al lado mediante un mensaje de correo electrónico o de celular, y en ese trasiego de información digitalizada, supuestamente más privada que el contacto directo, dejar expuestos vida, costumbres, pensamientos y hasta las actuaciones más íntimas.
Estados Unidos, y sus aliados en la búsqueda del planeta perfectamente controlado, van por lo que le dice O’Brien a Winston Smith, el personaje central de la novela 1984, de Orwell: «Winston, si quieres tener una visión del futuro, imagina una bota estampada para siempre en una cara humana».
Pero ese mundo orwelliano que parece estar haciéndose fatídica realidad, es rechazado por quienes tienen la capacidad de pensar, sentir y vivir en busca de otro mejor.
Diría que lo han demostrado Bradley Manning, Edward Snowden, Julian Assange, los Ocuppy de Estados Unidos o los indignados de Madrid, o quienes protestan en Egipto, México o Colombia. Ellos, y muchos más, simplemente salen a caminar a la calle y se someten a la misma experiencia personal que inspiró The Pedestrian a Ray Bradbury —¿casualmente? en pleno maccartismo— cuando fue detenido por un policía mientras caminaba tarde en la noche: «¿Qué está usted haciendo?», y con simpleza socarrona el escritor le contestó: «Poniendo un pie delante del otro»….
Estados Unidos le teme a eso, que el universo policiaco que está creando, salga a caminar sin seguir la ruta que hasta ahora le ha estado dictando. Buena parte de esa ciudadanía inconforme está —siempre lo ha estado— en movimiento, para no tener que escribir como lo hace Winston en su diario secreto: «4 de abril de 1984. Al pasado, o al futuro. A una época cuando el pensamiento es libre. Desde la Edad del Gran Hermano (Big Brother), desde la Edad del Pensamiento Policiaco, desde un hombre muerto… saludos».
Es una batalla crucial la resistencia frente a la conformidad y el control individual ejercido desde la tecnología y los medios masivos que esgrimen los poderosos. Es enfrentarse a esa línea de acción y pensamiento expresada recientemente, en entrevista a la CNN, por el señor Barack Obama:
«Yo reconozco que vamos a tener que continuar mejorando las salvaguardas y, como la tecnología se mueve hacia delante, eso significa que debemos ser capaces de construir tecnologías que le den a la gente más seguridad, y nosotros tenemos que hacer un mejor trabajo para darle a la gente confianza en cómo estos programas trabajan».
Estaba hablando precisamente de los programas de vigilancia, espionaje y control de su Agencia Nacional de Seguridad… El Gran Hermano entrando en la casa de todos.
A caminar entonces, de día y de noche, poniendo un pie delante del otro…