Todavía recuerdo las discusiones eternas de mi grupo en el preuniversitario. Alquizareños y artemiseños vivían en constante «litigio». Unos alegaban que su municipio era mejor que el otro, sin reparar en que los hermanaba un gentilicio y menos aún, sin imaginar que un día, no lejano, otro nuevo nos identificaría a todos.
¿Quién me iba a decir que de habanera pasaría a ser artemiseña? Eso era impensable. En un principio me costó mucho; a todos nos ha costado: lo de ser habaneros era muy fuerte; incluso nos hacía creernos capitalinos. La gran ciudad y sus maravillas eran nuestra identidad. A los pinareños, les pasaba otro tanto: el valle de Viñales y los prodigiosos mogotes, el tabaco, la música de Polo Montañés, eran parte de sus raíces.
Aunque acertada y bien pensada, la idea de crear Artemisa no fue asimilada por todos de una manera natural. Habaneros y pinareños creíamos haberlo perdido todo. Sin embargo, aun en su corta existencia, la provincia ha desempolvado una historia que inclinaba a este reencuentro y ha terminado conquistando corazones.
Aunque no posea el Prado, el Malecón, el Capitolio, ni el Morro ni la Cabaña, nos ha mostrado una historia rica, ligada a nuestros verdaderos antepasados. Quién diría que iba a encontrar en estas tierras las ruinas de un cafetal que nació del amor de un emigrante alemán y una haitiana, o un majestuoso obelisco que se levanta en un rincón apartado de la geografía bahíahondense en recordación de la batalla de Cacarajícara, protagonizada por Antonio Maceo; o un mausoleo a los Mártires del Moncada.
Como artemiseña, a cada paso descubro algo nuevo, cautivador, algo más mío y nuestro que me incita a sentirme hija de esta tierra. Tanta presencia tienen aquí la historia y las tradiciones que, con solo un poco de imaginación y paciencia, maestros y padres podrían ayudar a que los más jóvenes descubran inagotables caminos para el aprendizaje y el esparcimiento. Así, poco a poco dejaremos atrás bellos recuerdos de la que otrora fuera nuestra cabecera provincial. Porque esta que se alza ahora, que construyen nuestras propias manos, invita a quererla, a amarla, porque es más nuestra, más cercana… y se parece más a su gente.
Pinareños y habaneros fuimos fundidos en esta insólita y al mismo tiempo familiar mezcla de identidades que es el artemiseño. Juntos fuimos convocados a experimentar nuevas cosas en medio de la actualización del modelo económico del país. Y eso también nos unió: sabernos protagonistas, como aquellos jóvenes artemiseños que pelearon en el Moncada. El privilegio de asistir a este alumbramiento nos da fuerzas y aliento para sacar adelante la provincia.
Hoy Artemisa es nuestra. Se lucha por darle una nueva imagen al territorio, por impulsar obras y aprovechar sus potencialidades agrícolas e industriales. Todos somos gestores de esta etapa y con orgullo nos sentimos cada día más artemiseños… Porque se quiere más aquello que se crea, y Artemisa es eso: nuestra creación.