A los obreros razonadores, mesurados, activa, lenta y tremendamente enérgicos, no los vencerá jamás, en lo que sea justo, nadie. José Martí. La América. Nueva York, septiembre de 1883
Muchas son, y cotidianas, las oportunidades que tenemos los cubanos de comprobar en la práctica con cuánta razón Martí y Fidel han sostenido que el genio es masivo, que el verdadero sabio es el pueblo. Recientemente tuve la oportunidad de participar en el Primer Coloquio de Valores que, bajo la advocación de las figuras de Camilo y Che, realizó la vicepresidencia de ETECSA en la provincia de La Habana.
Asistí como conferencista para hablar de los valores, específicamente y a solicitud de ellos, de la unidad como premisa de cualquier colectivo humano, y recibí a cambio la mejor de las disertaciones al escuchar luego los trabajos que presentaron allí los obreros, técnicos y especialistas a partir de su experiencia diaria. Con cuánto entusiasmo explicaban a sus compañeros no solo lo que hacen y las soluciones que han encontrado a los problemas que las diversas circunstancias les plantean, sino el placer que experimentan al ver a los demás aplicados en la misma función, cada uno en su oficio.
Todos los trabajos, desde una ponencia teórica sobre el pensamiento económico del Guerrillero Heroico como factor de unidad en la actualización de nuestro modelo económico, pasando por las formas coordinadas de enfrentamiento al vandalismo contra las redes de comunicación, hasta un audiovisual presentado por una sensible y cubanísima trabajadora de servicio, sobre las impresiones que en ella y en los jóvenes del colectivo provocó el reciente ascenso al Turquino, preparado por una organización de base de la UJC en homenaje al Che y en demanda de justicia por nuestros Cinco Héroes, remitían a la necesidad de fortalecer la unidad entre los integrantes de las diferentes estructuras en que laboran para hacer avanzar al colectivo. Sin embargo, detrás de cada una de estas demandas de unidad bullía, acaso sin que lo percibieran, otro valor sin duda imprescindible para alcanzar aquella: la solidaridad.
Es frecuente, aun cuando podemos y debemos hacer más en cuanto a las vías y los modos, el trabajo con los valores en los colectivos educacionales, políticos y académicos. Sin embargo, no suele ser común, al menos en lo que se divulga, esta misma labor, de primerísima necesidad, en los colectivos laborales. Sabemos que hay centros de trabajo en los que es sistemático este empeño, pero no son la regla.
Si la cotidianidad, y muchas veces el mecanicismo con que se realiza una determinada labor suelen convertir el trabajo en rutina y en autómata al trabajador, el proporcionarles otros espacios de intercambio, además de las reuniones establecidas, donde puedan conocerse y reconocerse como una necesidad humana perentoria, ayuda a mejorar el ánimo individual como primer paso para aumentar las relaciones de estimación y respeto mutuos, y de ahí saltar sobre metas superiores en cuanto a la solidez y armonía que deben hacer infalible y eficaz a un colectivo en la consecución de sus objetivos. El trabajador que cumple con entusiasmo su labor es superior al que solamente cumple, porque transmite alegría y confianza, además del compromiso que entraña lograr el éxito del grupo.
Lejos de formalismos y academicismos, los trabajadores cubanos tienen mucho que enseñarse entre sí y a la sociedad, porque son sus músculos pensantes y su alma sensible.