Algo así como el ajiaco cubano del sabio Fernando Ortiz, con aderezos posmodernos, fue lo que ayer cuajó por el aniversario 46 del diario Juventud Rebelde, cuando César Pedroso (Pupy) y su grupo amenizaron nuestra fiesta de cumpleaños en un sitio ecológico y aislado de fárragos.
Ya habíamos almorzado y saciado ciertas ansiedades de libación en la campiña, cuando Pupy y los que son, son, con esa fuerza de los grandes músicos, levantaron al audi-bailatorio con un vendaval pegajoso a los oídos y a los insaciables reclamos de los cuerpos, por cubanos.
En aquella parafernalia sonora, que unía a personas a veces dispersas por la rutina profesional cotidiana y las atomizaciones de la realidad, reafirmé que los cubanos descubrimos ese misterio de la identidad, que nos imanta agónicamente, también por los artilugios de la sonoridad exultante y la melodía frondosa de nuestros ritmos.
Pupy y su banda se deshicieron en ofrendas musicales que activaron todos los genes danzarios y gozosos del cubano. Y en el torbellino de cadencias y síncopes, en la fiesta de las melodías, vislumbré una de las terapias mayores para enfrentar la sal de nuestras vidas. La gente nuestra, a veces tan tensa, necesita ese juego de los cuerpos y las almas desatados por los ritmos, querido Carpentier, por lo cubano en la música.
La tarde jugosa, además de acercarnos uno al otro por encima de diferencias, nos reveló una gran banda de cubanos liderados por su estrella de composición, arreglos y dirección musical. Y una evidencia de que el talento supremo puede fraguar en la sencillez y la humildad poblanas.
Pupy, tan excelso en la música popular cubana, ha ejercido sobre sus intérpretes y ejecutantes una cátedra de autenticidad. Sus cantantes e instrumentistas nos llevan al delirio que ellos quieren, y nos abrazan con su mundana grandeza. Nos devuelven mejores y más diestros para asumir tantos lances de la vida.
¿Cuál será el misterio de la suprema música cubana, que endulza las áridas frustraciones del vivir a diario? ¿Cuánto hacen por nuestra esperanza Pupy y tantos cultores de la sonoridad bailadora? ¿Cuántas tristezas han despejado de nuestros horizontes, más allá de seis semanas?
La tarde de ayer, entre los bailadores desaforados al ritmo de Pupy y su orquesta, descubrí que en Cuba los que son, son, porque este país se sostiene al ritmo de sus impulsos musicales, esos latidos del alma nacional que siempre nos unen con una extraña hebra que pasa por los oídos.
Puppy, Formell, Adalberto y tantos cultores de nuestra sonoridad: bailando sus ritmos, olvidamos las penas con la gran melodía de la felicidad y la plenitud. Cuba se decide también en el noble pentagrama de los obsesos de su música.