Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Arena en vez de oro?

Autor:

Luis Sexto

Me han preguntado sobre un aspecto cuya trascendencia exige que uno no deje pasar la bola buena. Y con el mismo respeto e inquietud con que me fue dirigida la interrogante, intentaré responder. Al lector, cuyo nombre omito porque no le he pedido permiso para usarlo, le preocupa el exceso de control, en particular sobre los trabajadores individuales. ¿Resulta conveniente tanta desmesura en el rigor, tanta insistencia fiscalizadora para desarrollar ese sector como es voluntad del Gobierno? ¿Estimula certezas y esperanzas o las frustra? ¿Amarra la indisciplina o la promueve?

Otras veces he tratado en esta columna ese proceder. Mucho antes del actual proceso de transformaciones, escribí que uno de los problemas de nuestra sociedad consistía en el exceso de control. El control se había erigido en un aparente resorte para evitar los problemas sin percatarnos —o algunos percatándose, vaya usted a saber— de que se conseguía el efecto contrario: crear problemas. Porque ante las necesidades, la experiencia enseña que el sujeto que las sufre busca soluciones aunque se aparte de la legalidad. Y repetí entonces que la ilegalidad abunda donde la legalidad se restringe tanto como para convertirla en sinónimo de vía cerrada.

Sigo pensando, pues, que el control tiene principalmente la tarea de canalizar el cumplimiento de la ley sin que, para ejercer esa imprescindible función, haya que acogotar o enrarecer el clima social. Y no me parece andar muy desorientado si hago recordar que el control ha de conducir hacia los fines propuestos, y no disturbar ni distorsionar el rumbo. Porque cuando sobreabunda, se percibe como injusto. Y tal parece por ello que lo que afirma la ley, lo desmiente el celo con que se aplica. Se podría apreciar, por tanto, una inconsecuencia. Y quién culparía con razón a la gente cuando algunos digan: Por fin, en qué quedamos: en sí o en no. ¿Queremos avanzar o seguir parados?

Nos consta que la estrategia debatida y escrita y puesta en práctica se ha trazado con el propósito de eliminar trabas y prohibiciones. Las últimas medidas de flexibilización del trabajo individual, confirman, sobre todo, un interés sin tibieza del Gobierno y del Partido por la concreción creadora de lo legislado. Y las recientes facilidades, incluso la reducción de impuestos, tienden a ampliar y cimentar un ambiente de creatividad y de confianza.

Conocida, por experimentada y denunciada, es la resistencia burocrática. Y nunca será baldío señalar cuanta responsabilidad ante el pueblo de Cuba y la Revolución contraen aquellos que, pretendiendo el extremo como sinónimo de compromiso político, estropean las mejores intenciones. ¿Tendrá la rígida y brumosa mentalidad del burocratismo el don de cambiar el oro por arena, el orden por el desorden? Digo arena y desorden que suelen beneficiar a quienes, en nombre de la ley, tocan con inoportuna insistencia en las puertas de quienes tienen que acatarla. Se hace evidente el juego: cuanta más presión, más fácil resulta la extorsión y la distorsión.

No pretendo, como dije hace poco, tener toda la razón. Pero prefiero equivocarme entregando mi voz a defender lo que lo mejor de la vanguardia revolucionaria y del pueblo defiende, que callarme cuando un lector me pregunta si juzgo bueno la recurrencia de algún inspector diciéndole a un vendedor ambulante que no puede despachar detenido, sino moviéndose, como un pájaro en el aire, o inventando artículos e incisos a las leyes, como si él fuese, dentro de su arbitrariedad, un parlamento con franquicia para legislar contra la nación.

Y mientras ocurren solapadamente esas «anécdotas» tan recurrentes, ciertos mercaderes, en cualquier sitio, como en un mercado agropecuario, vocean a todo galillo leche en polvo y otros productos solo extraíbles por mañas del hurto en los a veces tolerantes almacenes de organismos distribuidores. El enemigo, si el término es válido, no es el que acata y rige su trabajo por la ley, sino el que actúa a espaldas de los principios legales o pretende desacreditarlos. Sobra decir que las leyes, sobre todo en horas cruciales, habrán de servir para estimular a creer y a confiar, a trabajar y avizorar en un futuro cercano, la solución de cuanto hoy aqueja la vida material y estorba el desarrollo de la sociedad.

 

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