Luego del accidente en la central nuclear de Fukushima, el peor en 25 años, los japoneses se debaten entre los lógicos temores por la radiactividad y la necesidad de ver el fin de la crisis. Todavía falta. Con frecuencia los números de las mediciones aumentan o un nuevo producto se suma a la lista de restricciones de consumo y comercialización en el área siniestrada. Fukushima sigue en las peores pesadillas.
Se ha verificado radiación que supera los niveles de seguridad en productos como la espinaca, el té y la carne bovina. Para colmo, el ingrediente básico en la dieta de ese país podría ser el próximo afectado. Los agricultores de la zona esperan los resultados de las pruebas.
«El arroz podría ser el próximo producto en el que se descubra contaminación, ya que creció en suelo y agua contaminados», expresó en una entrevista Yoko Tomiyama, presidenta de la Unión de Consumidores del Japón. «Se han detectado niveles de radiación más elevados en prefecturas más allá de Fukushima».
Después del terremoto y el posterior tsunami, la seguridad en torno al uso de la energía nuclear volvió a estar en el centro del debate nacional. No es casual que en el aniversario 66 del bombardeo atómico estadounidense contra Hiroshima y Nagasaki, desde esas ciudades llegara, una vez más, el recuerdo del horror y el reclamo por un mundo libre de armas nucleares. Esos pueblos conocen como ningún otro de la muerte y los dolorosos efectos de la radiación.
Mientras siguen los trabajos para estabilizar Fukushima, con tres reactores muy dañados después del desastre de hace cinco meses, continúan las tareas para volver a la normalidad en las ciudades devastadas. Pero la radiación es un enemigo invisible, más cuando no se sabe a ciencia cierta las cantidades esparcidas o las que todavía se filtran. Es lógico el temor y las exigencias para revisar el modelo.
De hecho, en los actos conmemorativos en Hiroshima, donde en 1945 murieron al instante unos 120 000 de sus habitantes, el primer ministro japonés, Naoto Kan, insistió en que Japón «revisará su política energética desde la base» para reducir su nivel de dependencia de las centrales atómicas. De acuerdo con la cadena japonesa NHK, la nación asiática cuenta con 55 reactores, instalados en 17 centrales por todo el territorio; de ellos 32 dejaron de funcionar después del terremoto.
Por un lado la radiactividad —supuestamente controlada—, del otro, la inestabilidad eléctrica provocada por la dependencia de la energía nuclear. Antes de la catástrofe, de las plantas nucleares del archipiélago salía el 30 por ciento de la electricidad. Solo Fukushima, con sus seis reactores, generaba el seis por ciento de la energía nacional. Una encrucijada para las autoridades.
Analistas apuntan que la industria y la población deberán encarar más racionamientos de energía y mayores costes de importación, debido a que Japón carece de la capacidad de generación de electricidad para sustituir sus plantas nucleares.
La compañía operadora de Fukushima, Tokyo Electric Power (TEPCO), sigue acaparando la atención y las críticas de los japoneses en cuanto a la gestión y la falta de transparencia informativa con la que asumió los trabajos para estabilizar la central atómica. Según expertos, su política opaca le ha costado al Gobierno de Naoto Kan un serio varapalo electoral y un desplome de la confianza de los japoneses. Esta semana trascendió que Kan está próximo a renunciar.
TEPCO inició esta semana la construcción de una gran carpa para cubrir uno de los reactores más afectados de Fukushima, en un intento porque esta cubierta evite que se dispersen más materiales radiactivos. Se espera que esté lista para finales de septiembre.
Mientras, se suman voces que se oponen a la utilización de un método de generación eléctrica que no es tan seguro como hasta ahora se pensaba. Hace unos meses, miles de japoneses salieron a las calles con el propósito de presionar al Gobierno para que redujera la dependencia. Con banderas de «No a la energía nuclear» y «No más Fukushima» mostraban su enojo y, sobre todo, sus inseguridades frente a un futuro todavía muy incierto para quienes aún les sangra la herida de hace más de seis décadas.
El debate deberá continuar. Los japoneses no son los mismos después de agosto de 1945; tampoco después de marzo de 2011. Les sobran razones.