Ir al fondo… Dicho así el comentarista, desde su modesto papel de juzgar la realidad, podría asumir una posición autoritaria. El infinitivo resulta peligroso por su semejanza con el tono imperativo, y por ello García Márquez ha recomendado que ni los títulos lleven esa forma verbal para no confundirla con una orden. Más bien, cuando digo: ir al fondo, pretendo definir y analizar la relación entre propuestas de solución y las soluciones en la práctica.
Ir al fondo, pues, equivale a rodear una idea por todos los ámbitos auscultándole sus poros, grietas, entrantes y salientes; prever además las contradicciones, y luego adoptarla sin que haya que modificarla a los tres meses. Ello, claro, se sabe por recientes palabras de Raúl. Más bien, me propongo intentar sugerir que no siempre vamos al fondo al concretar conceptos, medidas, decisiones de Gobierno. Concretarlas no depende totalmente de quienes las conciben o las aprueban. Y ese es uno de los problemas más complicados de detectar y resolver: suelen ocurrir a larga distancia; lejos de los más interesados en que las estrategias se ejecuten creadoramente, esto es, yendo al fondo.
Me equivocaré por reiterativo. Pero inquieta que el tan convocado cambio de mentalidad adquiera colores de camaleón y se encubra entre los actos aparentes y frases sin convicción. A inicios de esta semana, en el programa Hablando Claro de Radio Rebelde —donde, como algunos conocen, soy desde hace 18 años uno de los comentaristas— leímos una carta procedente de un municipio cuyo nombre ahora callo, porque todos los oyentes del espacio se enteraron, y no se trata de golpear sin sentido de lo político. Valga, así, como muestra.
Quien escribía, un trabajador de Educación, dependiente del almacén municipal, fue sancionado, junto con su jefa, a pagar 14 sillas plásticas. Lo curioso del caso es que las sillas no estaban guardadas en el almacén que ellos debían controlar y preservar, sino en otro sitio donde les ordenaron almacenarlas, a pesar de que ambos trabajadores, y antes la dirección provincial en una inspección, habían advertido de que ese depósito no podía usarse por carecer de seguridad.
Ante la pérdida, que el organismo municipal no denunció a la Policía, señalaron como culpables al dependiente y a la responsable del almacén oficial. Y en un lenguaje jurídico muy refinado y exhaustivo, el director determinó que ambos habían sido negligentes, demostrado por investigaciones realizadas a ese fin. La conclusión: ustedes pagan las sillas desaparecidas y sanseacabó.
El dependiente escribió a nuestro programa, considerando que incluso el órgano de justicia laboral no se pronunciaba ante la solicitud de los afectados —¿por qué callaría?—, y tras la emisión del programa la provincia intervino en el mismo día: anuló la resolución municipal, puso multas a algunos inspectores, y asumió la reposición de las sillas perdidas, hurtadas o robadas.
En parte, la justicia salió ilesa: dos trabajadores inocentes no podían pagar la negligencia de otros. Pero la salomónica decisión se trabó cuando el organismo provincial decidió echarle tierra al expediente reponiendo las sillas. ¿Se llegó al fondo? ¿Y cuál sería el fondo? Para mí, no hay dudas. Si la dirección continuó usando un depósito sin seguridad, alejado del almacén categorizado, y a pesar de la recomendación provincial, la máxima responsabilidad recaería en el director municipal o en el consejo de dirección.
¿Llegaremos alguna vez al fondo? ¿O alguna esfera en cualquier lugar seguirá trancada como en el dominó, sin aparente salida o con salidas que suponen «el forro», la ficha no válida? Me niego a creer que en todos los sitios suceda lo mismo. Pero sí afirmo que en muchos lugares, estas soluciones de mentol y aspirina, y a veces de salfumán, son práctica corriente, como si existiera un tácito acuerdo en que las disonancias que trasciendan hacia «arriba» se resuelvan sin escándalo, pero que todo siga como hasta ahora. Y si hay que quitar a alguien por acciones turbias, por ejemplo, al director de la Agricultura, ubiquémoslo en la distribución del combustible y los fertilizantes, y así, el campesino o beneficiario de la tierra que se quejó, sabrá cuánto cuesta producir sin petróleo y sin fertilizantes… Total, nadie se va a enterar del nuevo destino del infractor.
Si hay dudas de lo dicho, a leer las cartas, pues.