Cuando alguien quiere acabar con la discusión en las tertulias donde casi siempre se debaten nuestros asuntos de la manera más viva y agria, en ocasiones esgrime contra los discrepantes el término de detractores. En realidad la sangre nunca llega al río, pero se disocia de tal forma el intercambio que cada cual termina por coger por su lado.
Ocurre todavía peor si el vocablo salta en una reunión o asamblea, porque se enturbia el ambiente. Y si por casualidad le caen arriba a los que discrepan, se producen reacciones cautelosas. He sido testigo en numerosas ocasiones de que se crea un ambiente tirante que termina «matando la discusión».
De ese modo se pierde el escenario idóneo para esclarecer, con el aporte numeroso, discrepancias de criterio que tampoco se pueden zanjar con métodos de ordeno y mando.
Resulta inadecuado calificar de detractores a quienes no están de acuerdo con una idea o un proyecto, y el gesto de colgar el cartelito confirma lo lejos que no pocos están aún de aceptar criterios divergentes sobre el modo de enfrentar determinada realidad.
Y dejemos sentado que hablo de discrepar, sí, pero dentro de la Revolución. Como en la vida misma, nada es uniforme. No por gusto ha tenido tantas resonancias la invitación a que la gente hable y opine, que exprese su real criterio. Siempre será mejor conocer, cabalmente, cómo piensa alguien, capaz de plantear su sentir —aunque no coincida con la mayoría—, que camuflarse en un consenso que luego, en la práctica, se destapa en inercia y apatía.
Ahí está la raíz del hecho de que mientras en el debate alguien concuerda con una visión sobre problemas que aquejan a la sociedad, durante cierto tiempo estos persisten y cobran vida en el distanciamiento entre lo que esa persona acepta ante todos y en realidad hace.
Hay que despojarse de la creencia de que todos tenemos que pensar y aceptar la realidad de la misma manera, pues ni los mellizos son exactamente iguales, y esa lógica abarca todos los planos de nuestro accionar, entre ellos el de las transformaciones que introducimos para que nuestra sociedad mantenga rumbo hacia horizontes de mayor bienestar y sostenibilidad.
Los que califican de detractores a aquellos que defienden sus propuestas y las exponen con lógica, demuestran la carencia de argumentos para el análisis y tratan de cortar de raíz el debate que, por enriquecedor, tanta falta hace.
Será siempre virtuoso quien expone, desde nuestro lado y a pecho abierto, sus dudas e inconformidades, a diferencia del que nada aporta al debate y solo mira hacia dónde se mueve la mayoría en una actitud oportunista o extremista, de las peores.
Por suerte, esa sana manera de decir lo que uno realmente piensa, despojada de la doble moral, va abriéndose camino; y hará a nuestra sociedad, a no dudarlo, más cristalina.
Aún hay quienes no se han enterado de que van de pasada los tiempos de considerar como detractores a quienes discrepan, pero han echado y echan su suerte del lado de acá. Más bien debemos mirar con perspicacia a los que tienen a flor de labios el calificativo para desunir y apartar.