El aumento de las víctimas, como consecuencia de la guerra de EE.UU. y sus aliados en Afganistán, y la corrupción galopante, ponen en entredicho —cada vez con más fuerza— la estrategia de los ocupantes en esa nación centroasiática. Recientes estudios dan cuenta de que los planes anunciados con bombos y platillos no avanzan y, por el contrario, la situación empeora. Demasiados escépticos.
¿Dónde está la tan llevada y traída «reconstrucción» de Afganistán? Evidentemente, ese es un concepto, como tantos otros, inventado para que los afganos sueñen con lo que, al parecer, no están destinados a ver. Mientras, muchos se embolsillan los millones generados por el lucrativo negocio de la guerra. Según un estudio reciente del Afganistan Study Group, citado por IPS, los planes para reconstruir Afganistán cuestan «demasiada sangre y dinero» a EE.UU. (atención, lo único importante), al tiempo que otra investigación del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos divulgado en Londres, apunta a la necesidad de un cambio de estrategia.
En medio de todo, se sabe que ha aumentado el rechazo entre los contribuyentes estadounidenses sobre el destino de sus impuestos. La guerra les cuesta unos 100 000 millones de dólares al año y, tras casi una década, las buenas noticias no llegan. No son pocos los que creen que el conflicto es un sinsentido. Y, aunque han tardado para llegar a esa conclusión, también es cierto que aumenta la presión sobre Washington.
Los fracasos son evidentes. Ni siquiera el aumento de las tropas a 100 000 efectivos ordenada por Obama recién estrenado en el cargo, ni el cambio de mando por el general Petraeus, ni los ataques con aviones no tripulados en la frontera afgana-paquistaní con su rastro de víctimas inocentes, ha podido frenar la inestabilidad y la violencia, allí donde se han autoproclamado salvadores (a punta de metralla, claro, pero ese detalle, al igual que los «daños colaterales», para ellos no hacen la diferencia).
Los resultados de algunas encuestas ilustran el panorama:
Dos de cada tres entrevistados en un sondeo realizado por la cadena estadounidense de noticias CNN creen que Washington «no está ganando» la guerra, y la mitad aseguró que era imposible ganarla.
Por otra parte, Paul Pillar, responsable de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para Medio Oriente y Asia meridional entre 2000 y 2005, y uno de los suscriptores del estudio del Afganistan Study Group, se refirió a otro elemento que cobra peso para entender el empantanamiento estadounidense. «Creamos enemigos más rápidamente que amigos», indicó.
Con todo, el mencionado documento propone a la Casa Blanca más cambios a partir de una estrategia de cinco puntos que busca «acelerar el proceso de paz, descentralizar el poder en Afganistán e impulsar el equilibrio de poder entre los principales partidos». Mientras, el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, defendió el miércoles la presencia de las tropas internacionales en el sur de Afganistán, durante una conferencia de prensa que, con cierta urgencia, trató de salir al paso a los malos augurios.
«Quienes apoyan estas ideas (retirada del sur afgano) no entienden lo que estamos haciendo en Afganistán», dijo Rasmussen.
A estas alturas, y con tantos temas urgentes sobre el buró de la Oficina Oval, incluida la decisión de desatar o no el inicio de una guerra sin precedentes, no queda clara la receptividad del estudio, y tampoco que el Secretario General de la OTAN haya resultado creíble. Es un hecho: del grito de victoria ya no queda ni el eco lejano.