Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El problema de los problemas

Autor:

Luis Sexto

En cuentas realistas y redondas, me parece enumerar tres tipos de problemas: los que nunca tendrán solución; los que conceden espacio a la solución y los que uno no quiere solucionar. Tal vez haya más. Pero por ahora esa tipología es la que puedo mencionar, y lo hago azuzado por una lectora que, en un mensaje electrónico, me dijo acerca de mi nota sobre los fumadores irrespetuosos y los que toleran el incumplimiento de las normas: «No me extraña la falta de exigencia en ese sentido, porque si hay personas usurpando viviendas contra la voluntad de los legítimos poseedores y “nadie” los expulsa… ¿Quién, pues, se va a ocupar del humito?».

Es, a simple vista, una opinión tremenda, estremecedora. Me ha dejado inquieto. Y quizá por ello la expongo en esta columna. Claro, no es la opinión la que nos debe preocupar, en primer término, sino que ese juicio responda a la realidad. ¿Y de verdad se apoya en lo cierto, siquiera en lo posible? Quizá la lectora haya tenido en cuenta que en la prensa han aparecido cartas en las que sus remitentes denuncian que un intruso o una familia intrusa, les han ocupado la casa valiéndose de que el inmueble ha estado vacío, sea por que sus legítimos ocupantes se han trasladado temporalmente a la residencia de un pariente enfermo o han viajado por un tiempo al extranjero. Los afectados se quejan, además, de que las entidades a las que acuden responden con el silencio o con un «no podemos hacer nada».

¿En qué categoría clasifica este problema: entre los que nunca tendrán solución; entre los que son solucionables, o entre los que no se quieren solucionar? La pregunta sirve para intentar una filosofía de los problemas. Digamos para empezar que si lo ignoras culposamente, el problema no existirá para ti. Y por tanto no permitirás que lo descubran, acudiendo a una excusa incontestable: no nos desviemos; este no es el momento; más tarde, en otra ocasión… O guardarás silencio. Alguna vez, a lo mejor, hayamos actuado así: emulando al avestruz. ¿Y acaso no hemos sentido ira por ese compañero que cada vez que se nos aparea recita una lista de problemas envejecidos? Chico, cará, cuándo vas a entrar en esta oficina con las manos limpias. Porque a veces disgusta que nos estén importunando con la letanía de que aquel problema sigue con la oreja enhiesta esperando oír una decisión resolutoria.

En efecto, a tales sujetos les molesta que le recuerden que lo que se niegan a aceptar, lo que para ellos no existe, lata, persevere sacando sus señales de humo. Son los complacidos y complacientes de plantilla. Esa actitud es, en sí misma, un problema generador de problemas. Y tiene su antídoto en otra frase, pero de signo positivo: no convivas con los problemas, no les permitas alcanzar la mayoría de edad. No puede crecer en armonía una familia cuyos problemas, o la solución a sus problemas se aplacen cada día. Ni organismo económico, productivo o social que prospere o ejerza su papel o logre su objeto metiendo los problemas, o un solo problema, en el almacén de desechos. Un problema presuntamente desconocido posee un efecto de multiplicación. Es el mismo problema pendiente en la conciencia de cuantos exigen o esperan la solución. Lo político, lo efectivo, lo racional, implica el resolver problemas, no crearlos.

En fin, en el fondo de lo dicho se detecta un error de percepción: La felicidad no es el lugar donde no habitan problemas. Marx —permítanme que lo repita— lo intuyó con vocación romántica y realista a la vez: «La felicidad está en la lucha». La felicidad es eso: probarse ante los problemas. Sin fragmentarse.

Ahora bien, volvamos a la pregunta que facilitó la reflexión. ¿En qué casilla de la arbitraria clasificación expuesta al principio cabe que a ciertos ciudadanos les ocupen ilegal, delictivamente su vivienda y el conflicto persista sin que haya una acción justiciera? ¿Tiene solución? Nada la impide, ni justifica la complicidad de la indiferencia. ¿Hay espacio para la solución? Claro, su existencia va contra las leyes más elementales de nuestra sociedad. Entonces, lo que cabe es preguntar: ¿si persiste el problema es porque no lo quieren solucionar? Bueno, uno ante esa posibilidad se alarma, y el sentido político nos hace dudar de que haya alguien que quiera ignorar los problemas cuya solución le compete…

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