Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ser o no ser…

Autor:

Luis Sexto

Tal vez a ciertos cubanos les plazcan más los extremos que el equilibrio. Y por contradictorio que parezca, prefieran lo excesivo sobre lo mesurado; lo trillado más que lo original. Hace poco un lector me escribió proponiendo que para resolver las deficiencias de la agricultura lo más apropiado consistiría en cerrar las fábricas y enviar a los trabajadores al campo. Le respondí en privado con varias preguntas: ¿Qué hicimos en los primeros años de los 1990? ¿Acaso usted y yo no nos vimos en las áreas agrícolas de la provincia de La Habana? ¿Y qué sucedió? ¿Comimos más? ¿Resolvimos las insuficiencias alimentarias? ¿Incrementó la agricultura su eficiencia y su efectividad?

En fin, le dije, las cosas prometieron mejorar cuando una resolución del Buró Político del Partido decidió cooperativizar las tierras estatales. Fue una respuesta de fondo; un querer actualizar —reparen en este verbo— la propiedad agropecuaria. Si no resultó como se previó fue, a mi criterio, por la intromisión burocrática que constriñó la autonomía de las unidades básicas de producción cooperativa. En un aparente espacio de autogestión, los trabajadores asumían las deudas y la quiebra, y las empresas —ya solo entidades metodológicas— continuaron determinando qué hacer y cuándo y cómo hacer.

Actualizar —término empleado por Raúl en su discurso de la última reunión plenaria de la Asamblea Nacional— viene, pues, a sugerir lo que en verdad significa: suprimir lo que ya envejeció, ensanchar espacios, readecuarse a los tiempos, a las urgencias de impedir a tiempo que las aguas de la creatividad sigan estancándose. Y dentro de estas se convierta en un imposible el código organizativo que faculte a los trabajadores experimentar, en carne y espíritu, el hasta ahora no concretado principio de ser «propietarios de los medios de producción».

Desde luego, la actualización debe de significar más. Significa también mantenerse equidistante de los extremos. Y en la agricultura, ello supone anular el tutelaje que todavía entorpece el autónomo, o libre, y ordenado proceder de los propietarios reconocidos por la Ley —sean UBPC o CPA—. Significa, además, impedir que las tierras otorgadas en usufructo a agricultores individuales terminen maniatadas por las acrobacias de un control tan rígido que busque su finalidad en el mismo acto de controlar.

¿Tendré derecho a decir que si el país discurriera por fórmulas envejecidas cuya ineficacia ya hemos probado, estaría actualizando, potenciando, el círculo vicioso? Claro, nada ha de ser absoluto, ni siquiera la opinión de este comentarista. Pero he oído decir: Hace falta mucha paciencia para disolver mediante la persuasión y el reacomodo actualizador de la economía, al aparato mental que juzga la realidad desde algún extremo.

Hace poco, en una asamblea de la UJC los jóvenes fueron llamados a que la exigencia no proscriba la flexibilidad. O lo que es lo mismo de acuerdo con mi interpretación: jóvenes y viejos hemos de ir al medio, hallar el equilibrio para que no ocurra al revés: que la flexibilidad implique invalidar la exigencia y el control. Y el control, digamos de paso, es la mezcla de ambas: flexibilidad y exigencia que, juntas, armonizan la acción y la razón.

El ejercicio de la política, el papel de los organismos políticos, a mi parecer, va teniendo que convertirse en acción de rompeolas; actividad de radar, promoción de control popular y de respeto por los espacios abiertos y protegidos por la voluntad política de la nación.

Porque, aunque la cautela indique la paciencia, el andar paso a paso, reparemos en que la mentalidad de acomodamiento —vulgar resistencia a dejar de hacer las cosas como habitualmente se han hecho—, puede duplicar el tiempo necesario para actualizar. Y entonces este verbo tan sugerente y prometedor ya no equivaldría a renovar…

¿No vemos que la disyuntiva de Hamlet continúa desafiándonos? Ser o no ser audaces, ser o no ser consecuentes, esa es la cuestión… que habrá de tenerse en cuenta.

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